miércoles, 26 de diciembre de 2012

Las lágrimas de sangre (6)


Celia se encogió ante la fuerza de su voz.
-Yo… yo… -tartamudeo-. ¡Nos traicionaron Madre! ¡Alguien avisó a los bandidos! Y los guardias. Los guardias no acudieron ante el ruido de la batalla. Cuando llegaron, mis Hermanos ya habían muerto, al igual que la princesa.
-Cuéntame todo, con detalle, exactamente como sucedió –susurró la Madre, inclinándose hacia delante, con los ojos llameantes de ira.
Y Celia le relató hasta el más mínimo detalle de lo sucedido esa madrugada.



Grand escuchaba la conversación atentamente, casi sin respirar. Tenía la certeza de que toda la culpa recaería sobre él. Al fin y al cabo, si no hubiera perseguido al secuestrador, este no habría tirado a la princesa.
Era consciente de que, cada pocas frases de Celia, la vieja dirigía su mirada hacia él.
Cuando la joven bruja terminó de relatarlo todo, la Madre habló en un quedo susurro, mucho más bajo y lastimero del habitual.
-Ya habrán informado de todo al rey, seguro. Si nuestro infiltrado tiene amigos en la corte ya habrá decidido mandar a sus soldados a por nosotros. Si es así correrá la sangre y nos culpará sin pararse a oír nuestras explicaciones.
>>Si no es así aún estará decidiendo que hacer, buscándole otra explicación, pues se que el rey confía en nosotros. Pero no pasará demasiado hasta que nuestros enemigos del consejo envenenen sus oídos en nuestra contra. En ese caso puede que solo nos detenga, y nos de un juicio justo, que incluso atienda a la verdad.
>>Pero no podemos arriesgarnos a que sea la segunda opción. No podemos luchar si envía soldados, debemos entregarnos. Pero vosotros no. Pase lo que pase querrá vuestras cabezas ante todo, y sois demasiado valiosos. Sobre vosotros recaerá la responsabilidad de encontrar al traidor, de limpiar el nombre de los Hijos de las Lágrimas Heladas, de encontrar pruebas de quien organizó el secuestro y de vengar la muerte de la princesa.
Celia fue a decir algo pero la madre la calló alzando un dedo
-Mientras llegan los soldados trataré de poner a todos los hijos a salvo, pero los que quedemos nos entregaremos pacíficamente.
>>El traidor probablemente no esté aquí cuando vengan por nosotros. Él tendrá el favor del rey por haberle informado. Pero no es del rey Howard de quien quiere el favor, sino de su hermano Trandos. Tenedlo presente mientras investigáis, pues muchos Hijos débiles trataran de mentir al rey para librarse de las consecuencias de esta muerte.
-¿Tu también te entregarás a los hombres del rey? –preguntó Grand, sorprendido.
-Si hay alguien con una mínima posibilidad de hacer entrar a su majestad en razón soy yo. Confía en mi, si el traidor no está en la corte, atenderá a razones.
>>Y Grand, se que tus instintos te pedirán huir –dijo, dedicándole una siniestra sonrisa en la que mostraba todos sus dientes puntiagudos-, pero recuerda que los guardas vieron a un cambiaformas, y eres el único del que se sabe en todo el reino. Si escapas tendrás, no solo a nuestro rey, sino también al padre de la princesita buscándote por cada rincón de cada continente de Gayela. Y tú no tendrás a nadie que te defienda, te proteja, o te oculte.
>>En cambio, si ayudas a limpiar nuestro nombre, tú y Celia os protegeréis mutuamente, y con nuestros amigos siempre tendrás donde resguardarte. Y, te doy mi palabra de que cuando el traidor sea desenmascarado y los Hijos de las Lágrimas Heladas estén fuera de sospecha, te liberaremos de tu obligación de servirnos por tu condición de cambiante –dicho esto se llevó el índice al anular, gesto de juramento sagrado entre los Hijos del Hielo-. Celia, quedas como testigo de mi solemne promesa al cambiaformas Grand.
>>Ahora, coged lo imprescindible y huid. Buscad a nuestros amigos de las afueras de la ciudad. Explicadles lo sucedido, y por favor, descubrir al traidor.
Sin añadir nada más se levantó del trono y cruzó tambaleante la habitación. Grand se sorprendió de que pareciese aún más pequeña y enjuta de pie.
De pronto Celia, por primera vez desde que la conocía, puso una mano en su hombro y, con voz queda, preguntó:
-¿Me ayudarás?
Grand se detuvo a pensar en lo que había dicho la madre. En los hombres del rey buscándole, tener que huir para siempre como un animal, temer cada mañana si ese día le encontrarían… y en la promesa de libertad. Y en la cadenita, en los pequeños eslabones que la bruja seguía sujetando. ¿Acaso tenía opción?

Asintió con la cabeza