<<A sus habitaciones>> pensó Grand
conteniendo una carcajada. Bonito eufemismo para la húmeda y estrecha celda en
la que pasaba las horas cuando no estaba cumpliendo una “Encomendación”, como
le gustaba llamar a la vieja a sus misiones de espionaje.
La
joven abrió la pesada puerta de madera con un movimiento de mano.
<<Brujas>> pensó Grand estremeciéndose. Era irónico, teniendo en
cuenta que él era un cambiaformas, pero odiaba la magia.
Se volvió a estremecer al entrar en “la
habitación”. No sabía muy bien si era por el frio o por las runas grabadas en
las paredes.
-Y no intentes nada –dijo la joven, apretando
aún la cadenita en una de las manos.
El hombre miró las runas con cara de
escepticismo, pues precisamente le impedían ejercer sus poderes mientras
estuviera dentro de esa celda. Justo cuando iba a preguntar que si estaba bromeando,
ella cerró la puerta.
El hombre se tiró en el fino colchón pensando en
las consecuencias de la conversación que había oído esa tarde. <<Van a
secuestrar a la princesa de Lisse de las mismísimas habitaciones del
príncipe>> No necesitaba que nadie le dijera que detrás de eso estaba
Trandos, el hermano menor del rey.
Ya había conseguido poner a muchos señores en
contra de su hermano, si además coaccionaba al rey de Lisse con su hija como
prisionera para que no apoyara al legítimo heredero, o peor, para que pusiera
su ejército del lado de Trandos, que se hiciera con el trono era cuestión de
tiempo. De poco tiempo.
<<¿Por qué me preocupo por estas
cosas?>>, pensó airado mientras se revolvía, notando las piedras del
suelo a través del fino colchón. <<Un rey u otro yo voy a seguir aquí
atrapado>>
Aunque en realidad el Rey Howard no lo hacía del
todo mal. Pese a las revueltas de su hermano había una paz relativa en el
reino, y las gentes no pasaban hambre. Además, según decían, su hermano era un
hombre despiadado y cruel. <<Sigue dando igual, ocurra lo que ocurra
seguiré viviendo en esta celda, comiendo bazofia y durmiendo sobre las losas de
piedra>> Puso las manos en su nuca y trató de dormir.
La sala estaba repleta de gente, pegados unos a
otros. Entre el poco espacio, la aglomeración y los millares de velas el calor
era asfixiante. Celia sentía correr un hilillo de sudor por su espalda mientras
esperaba expectante a que hablara la Madre.
-Hijos del Hielo –dijo la anciana con su extraño
susurro-, hemos recibido una terrible noticia. Mañana secuestrarán a la dulce
princesa de Lisse, arrebatando así el apoyo de su reino para la justa causa de
nuestro rey. Tenemos que impedirlo. Necesito a algunos jóvenes, fuertes y
ágiles, rápidos y discretos, para llevar a cabo la importante Encomendación de
arrebatar a la chiquilla de las manos de sus captores y devolverla sana y salva
a los brazos de su esposo, el príncipe.
Muchas voces se alzaron en la sofocante
habitación ofreciéndose voluntarios. La anciana, con la más amplia sonrisa,
mostrando sus dientecitos puntiagudos, alzó un dedo y se hizo el silencio.
-Sabed que a esta misión os acompañará el elegido
Grand y su guardiana.
Un murmullo de descontento se extendió entre los
Hijos del Hielo y Celia, pese al calor, se estremeció.
Antes de la llegada de Grand ella era admirada
entre los Hijos, la que más Poder tenía tras la Madre. Precisamente por eso le
habían encargado cuidar del cambiaformas.
Según las historias de la Hermandad, su
creadora, la Princesa de las Lágrimas Heladas había sido traicionada y
asesinada por un cambiante, el primero de su especie, al que había creado a
partir de su gran Poder. Por ello eran los seres de toda Gayela que más
repulsión les provocaban, y por extensión ella, que estaba conectada con Grand y
lo frecuentaba para vigilarlo, también.
Pese a todo, había algunos Hijos, además de la
Madre, que creían que pese a ser peligrosos, los cambiaformas eran seres
benditos pues todos llevaban una pequeña parte del Poder de la Princesa de las
Lágrimas Heladas Por ello, su vida les pertenecía a la Hermandad.
La anciana volvió a levantar el dedo y el
silencio se extendió por la habitación.
-Que los voluntarios para la Encomendación se
presenten aquí tras la cena para decidir quién la cumplirá –susurró. Y sin
añadir nada más cerró los ojos.