viernes, 24 de enero de 2014

Las Lágrimas de Sangre (14)

Celia esperaba junto al fuego que acababa de encender mientras se observaba las feas marcas rojas que le subían por las piernas. No tenía demasiados conocimientos de magia curativa y no sabía qué hacer para borrar esas cicatrices de su piel. Tendría que resignarse a llevarlas siempre.
Se mantenía sentada hacia la entrada de la cueva, pendiente de cualquier movimiento, preparada para lanzar un impulso de energía.
Con todo lo que había pasado le parecía una tontería seguir evitando dejar un rastro mágico, pues había usado ya tanto Poder como para que la encontrara hasta el rastreador más inexperto.
El sonido de la hierba seca al ser pisada la sacó de sus pensamientos y la puso en tensión, hasta que reconoció a Grand entre las sombras. Entró en la cueva lanzando dos conejos frente a ella.
-Es todo lo que he podido encontrar –iba cubierto por unas toscas pieles- pero el rastro me llevó a una vieja cabaña de hombres del desierto.
Le lanzó una manta, descolorida y polvorienta de un tejido muy fino, y una cuerda.
-Supongo que servirá –dijo la muchacha con una mueca mientras se envolvía con la tela y la sujetaba anudándose la cuerda.
-¿Cómo has encendido esto?
Celia solo se encogió de hombros como si fuera obvio.
-Tenemos que tener cuidado. Más que antes incluso –el cambiaformas la miró con gesto serio, casi de desprecio-. Seguro que con todo lo que has hecho hay medio ejército dirigiéndose hacía aquí –mientras hablaba preparaba los conejos para cocinarlos-. Tendremos que pasar algunos días en el desierto, escondidos. Los planes que tenía de que allí pudieras usar tus poderes –casi escupió esa palabra-, si nos veíamos en apuros se han esfumado.
La joven miró al fuego sin decir nada, con el rostro tenso y enrojecido. Poco a poco, la gratitud que había sentido por el cambiaformas iba esfumándose ante sus palabras y el tono con el que se dirigía a ella.

En cuanto se terminaron la carne y Grand se sintió con fuerzas, se pusieron en marcha. Pararían lo imprescindible hasta poner buena distancia entre ellos y el rey.
Los primeros días se transformó en león, cargando con Celia para avanzar más rápido, hasta que llegaron al desierto.
Las horas de sol se habían hecho insoportables y las pasaban en la primera cueva que encontraban entre las grandes formaciones de rocas rojas que cubrían ese extraño desierto pedregoso.
Grand había fabricado unas botas para el agua con la piel de sus presas, pero todos los días se les había muy difícil encontrar charcas o arroyos subterráneos.
La bruja, nada acostumbrada a situaciones tan extremas, se había pasado los primeros días vomitando y mareada. Se había quedado prácticamente en los huesos y las fuerzas le fallaban constantemente.
Por suerte, las noches eran frescas y las usaban para avanzar. Pero el camino era duro y lento y tras varios días apenas había recorrido unos kilómetros.
Cuando llevaban cuatro días en esas hostiles tierras Celia apenas podía caminar debido a unas terribles ampollas en los pies, pues no habían conseguido encontrar nada que les sirviera de calzado.
Al caer la noche trató de levantarse pero el dolor le hacía imposible siquiera mantenerse de pie.
-Tal vez pueda curármelos. No hemos visto señales de que nadie nos siga la pista.
-El desierto es muy grande. Tal vez están por aquí cerca y basta que hagas eso para que nos localicen –Grand hablaba con voz cansina, como si le estuviera explicando algo a un niño pequeño.
-¿Por qué no te transformas y me llevas tú? Así no perderemos un día de viaje.
El joven la fulminó con la mirada. Los últimos días parecía que la bruja estaba tratando de ser más amable, de tratarlo como a un igual. Pero siempre acababa demostrando que no lo veía más que como a un sirviente, o peor, como a un perro amaestrado.
-Para avanzar por aquí solo puedo transformarme en lagarto y nos arriesgamos a que los cazadores de la zona me ensarten con una lanza –suspiró y se pellizcó el puente de la nariz-. Esta noche no avanzaremos, así que aprovecha para descansar.
Sin esperar a que ella dijera nada se levantó y echó a andar había las profundidades de la cueva en la que habían dormido durante las horas de sol. Tal vez reconociera alguna raíz o planta que les fuera útil.
Ahora que había vuelto al desierto era consciente de todos los años que llevaba lejos de allí. Ya no se orientaba como antes, ya no reconocía la mitad de las plantas comestibles y tardaba mucho más en encontrar el rastro de una presa.
Pero cuanto más tiempo pasaba allí, más deseos sentía de quedarse. Se sentía libre y cómodo, incluso protegido por el sonido silbante de los vientos ardientes de la mañana colándose por las grietas de las rocas.
Había momentos en los que se arrepentía de haber sacado a la bruja de la hoguera, pues no se fiaba en absoluto de su palabra de liberarle cuando todo terminara. Además cabía la posibilidad de que ni siquiera encontrara esas pruebas que ella tanto anhelaba de que la Hermandad era inocente.
Así que, una vez le había dado varias vueltas a esas conclusiones, comenzó a urdir un plan.

Celia se examinaba las enormes y brillantes ampollas en los pies. La piel le palpitaba de dolor y era incapaz de apoyar en esa zona el más mínimo peso.
Cuando salieron de Valorn todo encajaba en su cabeza y parecía muy fácil. Contaba con llegar enseguida al Espinazo, encontrar a los auténticos artífices del asesinato de la princesa y volver a su hogar como una heroína para sus hermanos.
En cambio, ahí estaba, llena de heridas y cicatrices, hambrienta, sedienta, cubierta tan solo por una cochambrosa manta y debiéndole su vida a un cambiaformas.
Sintió las lágrimas acudir a sus ojos y comenzó a tratar de encender un fuego para distraerse. La temperatura caía rápido en la cueva según se ocultaba el sol y así podrían calentar la poca carne que les había sobrado del día anterior.
Cuando Grand regresó había conseguido que unas débiles llamas crepitaran frente a ella.
-Bueno por lo menos este viaje ha tenido una utilidad –musitó el cambiaformas en tono jocoso mientras ponía unas raíces en la hoguera para que se tostaran y comenzaba a ensartar la carne fría en una fina ramita-, has aprendido a usar tus manos.

La joven se mordió la lengua para no maldecir. Era incapaz de olvidar que la había salvado de esos campesinos y se había propuesto sincera y firmemente tratarlo de otra manera.

viernes, 10 de enero de 2014

Las Lágrimas de Sangre (13)

Grand apretó los dientes mientras respiraba agitadamente, observando el espectáculo desde una distancia segura. Estaba subido a un árbol y el viento dirigía el humo de la pira hacia él.
Cuando vio a la bruja desmayarse comenzó a llegar hacia él un desagradable olor a carne quemada. Suspiró y se bajó del árbol dispuesto a seguir su camino hacia el desierto, el único hogar que había tenido jamás.
Una parte de él se despreciaba profundamente por no haber cumplido su palabra pero el odio había podido más esa vez.
Recuperó su forma humana y dirigió la vista hacia la hoguera una última vez.
La bruja había recuperado la consciencia y sus gritos de dolor se escuchaban por encima del ensordecedor crepitar de las llamas y los gritos asesinos de la muchedumbre. Las llamas le llegaban casi a la cintura y el cambiaformas se preguntaba cómo podía aguantar consciente.
Pero el siguiente alarido que llegó a sus oídos le heló la sangre. Celia estaba gritando su nombre.
-Grand. Grand. ¡Por favor! –las palabras eran apenas entendibles entre los alaridos de puro terror- ¡Ayúdame por favor!
Un desagradable escalofrío recorrió la espalda del cambiaformas, pero se giró, cerrando los ojos y echando a andar con paso rígido. Los gritos de la bruja perforaban sus oídos y él solo podía desear que se callara.
Tuvo que detenerse cuando unas fuertes nauseas le asaltaron mientras le parecía que escuchaba con más claridad cada palabra de la joven.

Celia no dejaba de llamar a Grand. El dolor era casi insoportable pero se negaba a desmayarse de nuevo y perder toda esperanza. El la oiría, iría a rescatarla.
Se aferraba a ese pensamiento con todas sus fuerzas para tratar de ignorar  la sensación de las llamas subiendo por sus piernas, devorando su carne.
Tras gritar unos minutos las fuerzas y el control volvían a abandonarla mientras el dolor ganaba terreno. Todo a su alrededor comenzó a nublarse y a dar vueltas y ella gritó con más denuedo si cabe.
Luchó con todas sus fuerzas pero su cuerpo no podía soportarlo más. Dejó de gritar, dejándose llevar por el desmayo. Antes de perder el conocimiento creyó ver un hombre de extraña piel verde abriéndose paso entre la multitud.
Volvió a despertar mientras un dolor espantoso seguía recorriendo sus piernas. ¿Por qué no se moría ya? Se había esfumado toda esperanza y solo quería dejar de sufrir.
Un escalofrío recorrió su espalda al sentir algo húmedo contra ella. ¿Húmedo? La extraña sensación le hizo abrir los ojos, para encontrarse con el oscuro cielo cubierto de estrellas.
-¿Estoy muerta? –preguntó para sí, totalmente desconcertada y mareada, casi sin poder pensar del dolor.
-Celia tienes que curarte –oía la voz amortiguada pero sabía que le resultaba familiar.
Sacudió la cabeza y trató de incorporarse pero le era imposible. De pronto la sudorosa cara de Grand apareció frente a sus ojos.
-No puedo cargarte más –respiraba muy agitado-. Van a cogernos. Celia, por favor…
Poco a poco le fue volviendo la cordura. El mundo dejó de darle vueltas y usó su mermado Poder para acallar un instante el dolor de sus piernas.
-Necesito tu energía –señaló sus muñecas, incapaz de decir más.
El cambiaformas lo comprendió al momento y cortó con una piedra afilada la base de su mano y la de ella, juntando después los cortes. Con voz trémula la bruja comenzó a murmurar unos salmos mientras sentía como la fuerte energía vital de Grand recorría su cuerpo, sanando casi al instante todas sus heridas.
Cuando se sintió suficientemente recuperada apartó sus manos rompiendo así el hechizo.
-Tenemos que correr –Grand ahora tenía unas oscuras ojeras bajo los ojos pero sin dar muestras de cansancio la levantó de un tirón-. Nos persigue todo el pueblo.
Sin decir más se transformó en un enorme león blanco del norte y ella montó sobre él, agarrándose con fuerza a su blanca y espesa melena.

La mañana ya hacía tiempo que había despuntado cuando Grand, ya sin fuerzas, detuvo su frenética carrera.
Las piernas le temblaban de extenuación y sin poder aguantar más, se derrumbó en medio del camino. Celia se bajó de encima suya y se acercó a la enorme cabeza del león.
-Grand… -le hablaba con un hilo de voz, en un extraño tono ausente-. ¿Estás bien?
El cambiaformas lo único que pudo hacer fue pestañear a modo de respuesta. Las energías le habían abandonado, drenadas por la bruja y agotadas totalmente con la carrera. Sintió como su cuerpo recuperaba su forma humana sin él poder evitarlo.
Celia lo levantó como pudo y soportó su peso.
-Vamos a encontrar un sitio donde descansar.
Él se dejó medio arrastrar fuera del camino. La bruja respiraba agitadamente mientras serpenteaba entre las grandes rocas que formaban el paisaje.
Grand tenía los ojos cerrados y movía las piernas a duras penas para facilitarle a Celia la tarea de cargar con él. De pronto, el sol dejó de pasar a través de sus párpados y sintió un ligero frescor acariciar su piel.
-Esta cueva servirá, ¿no crees? –preguntó la bruja jadeante, mientras le dejaba en el suelo con cuidado.
Se quedaron allí sentados en silencio un buen rato hasta que Grand sacó fuerzas suficientes para apoyar la oreja en la roca y mascullar:
-Hay un arroyo subterráneo aquí cerca –su voz sonaba roca y distante.
-Voy a buscarlo –la muchacha se puso en pie y le sonrió, aunque él estaba tan agotado que ni siquiera se percató.
Grand cerró los ojos antes de que ella terminara de hablar. Cuando despertó ya no entraba luz en la cueva salvo por el leve resplandor de las estrellas. Celia estaba sentada en una piedra, mirando al exterior.
El estómago le gruño con fuerza. Llevaba todo el día sin comer. Miró alrededor recordando todo lo sucedido y que se habían dejado las cosas en la aldea. Ni siquiera tenía una mísera túnica con la que vestirse.
-Creo que me siento con fuerzas para cazar –le dijo a la bruja que se había girado hacía él al oírle moverse-. No hemos probado bocado y necesitamos fuerzas para continuar.
Ella asintió. Tenía los brazos cruzados con fuerza, Grand supuso que para tapar su desnudez-
-Intentaré encontrar armas y ropas también –se transformó en un pequeño gato montés y salió disparado por la entrada de la cueva.
Caminó olfateando el terreno. Hacía una noche muy fresca y despejada aunque el aire estaba muy seco. Estaban a pocos días del desierto y todos los olores que le llegaban le recordaban a su vida allí. Exploró los alrededores del camino en busca de alguna aldea o posada, pero no tuvo suerte. Parecía que tendrían que pasar los siguientes días desnudos.
Cuando lo dio por imposible se concentró en encontrar algo que llevarse a la boca. El terreno era muy abrupto y con poca vegetación, por lo que no había muchas presas para elegir.

Le llegó el lejano rastro de uno conejo del desierto y, hambriento como estaba, se lanzó como una flecha en su busca.