viernes, 10 de enero de 2014

Las Lágrimas de Sangre (13)

Grand apretó los dientes mientras respiraba agitadamente, observando el espectáculo desde una distancia segura. Estaba subido a un árbol y el viento dirigía el humo de la pira hacia él.
Cuando vio a la bruja desmayarse comenzó a llegar hacia él un desagradable olor a carne quemada. Suspiró y se bajó del árbol dispuesto a seguir su camino hacia el desierto, el único hogar que había tenido jamás.
Una parte de él se despreciaba profundamente por no haber cumplido su palabra pero el odio había podido más esa vez.
Recuperó su forma humana y dirigió la vista hacia la hoguera una última vez.
La bruja había recuperado la consciencia y sus gritos de dolor se escuchaban por encima del ensordecedor crepitar de las llamas y los gritos asesinos de la muchedumbre. Las llamas le llegaban casi a la cintura y el cambiaformas se preguntaba cómo podía aguantar consciente.
Pero el siguiente alarido que llegó a sus oídos le heló la sangre. Celia estaba gritando su nombre.
-Grand. Grand. ¡Por favor! –las palabras eran apenas entendibles entre los alaridos de puro terror- ¡Ayúdame por favor!
Un desagradable escalofrío recorrió la espalda del cambiaformas, pero se giró, cerrando los ojos y echando a andar con paso rígido. Los gritos de la bruja perforaban sus oídos y él solo podía desear que se callara.
Tuvo que detenerse cuando unas fuertes nauseas le asaltaron mientras le parecía que escuchaba con más claridad cada palabra de la joven.

Celia no dejaba de llamar a Grand. El dolor era casi insoportable pero se negaba a desmayarse de nuevo y perder toda esperanza. El la oiría, iría a rescatarla.
Se aferraba a ese pensamiento con todas sus fuerzas para tratar de ignorar  la sensación de las llamas subiendo por sus piernas, devorando su carne.
Tras gritar unos minutos las fuerzas y el control volvían a abandonarla mientras el dolor ganaba terreno. Todo a su alrededor comenzó a nublarse y a dar vueltas y ella gritó con más denuedo si cabe.
Luchó con todas sus fuerzas pero su cuerpo no podía soportarlo más. Dejó de gritar, dejándose llevar por el desmayo. Antes de perder el conocimiento creyó ver un hombre de extraña piel verde abriéndose paso entre la multitud.
Volvió a despertar mientras un dolor espantoso seguía recorriendo sus piernas. ¿Por qué no se moría ya? Se había esfumado toda esperanza y solo quería dejar de sufrir.
Un escalofrío recorrió su espalda al sentir algo húmedo contra ella. ¿Húmedo? La extraña sensación le hizo abrir los ojos, para encontrarse con el oscuro cielo cubierto de estrellas.
-¿Estoy muerta? –preguntó para sí, totalmente desconcertada y mareada, casi sin poder pensar del dolor.
-Celia tienes que curarte –oía la voz amortiguada pero sabía que le resultaba familiar.
Sacudió la cabeza y trató de incorporarse pero le era imposible. De pronto la sudorosa cara de Grand apareció frente a sus ojos.
-No puedo cargarte más –respiraba muy agitado-. Van a cogernos. Celia, por favor…
Poco a poco le fue volviendo la cordura. El mundo dejó de darle vueltas y usó su mermado Poder para acallar un instante el dolor de sus piernas.
-Necesito tu energía –señaló sus muñecas, incapaz de decir más.
El cambiaformas lo comprendió al momento y cortó con una piedra afilada la base de su mano y la de ella, juntando después los cortes. Con voz trémula la bruja comenzó a murmurar unos salmos mientras sentía como la fuerte energía vital de Grand recorría su cuerpo, sanando casi al instante todas sus heridas.
Cuando se sintió suficientemente recuperada apartó sus manos rompiendo así el hechizo.
-Tenemos que correr –Grand ahora tenía unas oscuras ojeras bajo los ojos pero sin dar muestras de cansancio la levantó de un tirón-. Nos persigue todo el pueblo.
Sin decir más se transformó en un enorme león blanco del norte y ella montó sobre él, agarrándose con fuerza a su blanca y espesa melena.

La mañana ya hacía tiempo que había despuntado cuando Grand, ya sin fuerzas, detuvo su frenética carrera.
Las piernas le temblaban de extenuación y sin poder aguantar más, se derrumbó en medio del camino. Celia se bajó de encima suya y se acercó a la enorme cabeza del león.
-Grand… -le hablaba con un hilo de voz, en un extraño tono ausente-. ¿Estás bien?
El cambiaformas lo único que pudo hacer fue pestañear a modo de respuesta. Las energías le habían abandonado, drenadas por la bruja y agotadas totalmente con la carrera. Sintió como su cuerpo recuperaba su forma humana sin él poder evitarlo.
Celia lo levantó como pudo y soportó su peso.
-Vamos a encontrar un sitio donde descansar.
Él se dejó medio arrastrar fuera del camino. La bruja respiraba agitadamente mientras serpenteaba entre las grandes rocas que formaban el paisaje.
Grand tenía los ojos cerrados y movía las piernas a duras penas para facilitarle a Celia la tarea de cargar con él. De pronto, el sol dejó de pasar a través de sus párpados y sintió un ligero frescor acariciar su piel.
-Esta cueva servirá, ¿no crees? –preguntó la bruja jadeante, mientras le dejaba en el suelo con cuidado.
Se quedaron allí sentados en silencio un buen rato hasta que Grand sacó fuerzas suficientes para apoyar la oreja en la roca y mascullar:
-Hay un arroyo subterráneo aquí cerca –su voz sonaba roca y distante.
-Voy a buscarlo –la muchacha se puso en pie y le sonrió, aunque él estaba tan agotado que ni siquiera se percató.
Grand cerró los ojos antes de que ella terminara de hablar. Cuando despertó ya no entraba luz en la cueva salvo por el leve resplandor de las estrellas. Celia estaba sentada en una piedra, mirando al exterior.
El estómago le gruño con fuerza. Llevaba todo el día sin comer. Miró alrededor recordando todo lo sucedido y que se habían dejado las cosas en la aldea. Ni siquiera tenía una mísera túnica con la que vestirse.
-Creo que me siento con fuerzas para cazar –le dijo a la bruja que se había girado hacía él al oírle moverse-. No hemos probado bocado y necesitamos fuerzas para continuar.
Ella asintió. Tenía los brazos cruzados con fuerza, Grand supuso que para tapar su desnudez-
-Intentaré encontrar armas y ropas también –se transformó en un pequeño gato montés y salió disparado por la entrada de la cueva.
Caminó olfateando el terreno. Hacía una noche muy fresca y despejada aunque el aire estaba muy seco. Estaban a pocos días del desierto y todos los olores que le llegaban le recordaban a su vida allí. Exploró los alrededores del camino en busca de alguna aldea o posada, pero no tuvo suerte. Parecía que tendrían que pasar los siguientes días desnudos.
Cuando lo dio por imposible se concentró en encontrar algo que llevarse a la boca. El terreno era muy abrupto y con poca vegetación, por lo que no había muchas presas para elegir.

Le llegó el lejano rastro de uno conejo del desierto y, hambriento como estaba, se lanzó como una flecha en su busca.

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