Grand apretó los dientes mientras respiraba
agitadamente, observando el espectáculo desde una distancia segura. Estaba
subido a un árbol y el viento dirigía el humo de la pira hacia él.
Cuando vio a la bruja desmayarse comenzó a
llegar hacia él un desagradable olor a carne quemada. Suspiró y se bajó del
árbol dispuesto a seguir su camino hacia el desierto, el único hogar que había
tenido jamás.
Una parte de él se despreciaba profundamente por
no haber cumplido su palabra pero el odio había podido más esa vez.
Recuperó su forma humana y dirigió la vista
hacia la hoguera una última vez.
La bruja había recuperado la consciencia y sus
gritos de dolor se escuchaban por encima del ensordecedor crepitar de las
llamas y los gritos asesinos de la muchedumbre. Las llamas le llegaban casi a
la cintura y el cambiaformas se preguntaba cómo podía aguantar consciente.
Pero el siguiente alarido que llegó a sus oídos
le heló la sangre. Celia estaba gritando su nombre.
-Grand. Grand. ¡Por favor! –las palabras eran
apenas entendibles entre los alaridos de puro terror- ¡Ayúdame por favor!
Un desagradable escalofrío recorrió la espalda
del cambiaformas, pero se giró, cerrando los ojos y echando a andar con paso
rígido. Los gritos de la bruja perforaban sus oídos y él solo podía desear que
se callara.
Tuvo que detenerse cuando unas fuertes nauseas
le asaltaron mientras le parecía que escuchaba con más claridad cada palabra de
la joven.
Celia no dejaba de llamar a Grand. El dolor era
casi insoportable pero se negaba a desmayarse de nuevo y perder toda esperanza.
El la oiría, iría a rescatarla.
Se aferraba a ese pensamiento con todas sus
fuerzas para tratar de ignorar la
sensación de las llamas subiendo por sus piernas, devorando su carne.
Tras gritar unos minutos las fuerzas y el
control volvían a abandonarla mientras el dolor ganaba terreno. Todo a su
alrededor comenzó a nublarse y a dar vueltas y ella gritó con más denuedo si
cabe.
Luchó con todas sus fuerzas pero su cuerpo no
podía soportarlo más. Dejó de gritar, dejándose llevar por el desmayo. Antes de
perder el conocimiento creyó ver un hombre de extraña piel verde abriéndose
paso entre la multitud.
Volvió a despertar mientras un dolor espantoso
seguía recorriendo sus piernas. ¿Por qué no se moría ya? Se había esfumado toda
esperanza y solo quería dejar de sufrir.
Un escalofrío recorrió su espalda al sentir algo
húmedo contra ella. ¿Húmedo? La extraña sensación le hizo abrir los ojos, para
encontrarse con el oscuro cielo cubierto de estrellas.
-¿Estoy muerta? –preguntó para sí, totalmente
desconcertada y mareada, casi sin poder pensar del dolor.
-Celia tienes que curarte –oía la voz
amortiguada pero sabía que le resultaba familiar.
Sacudió la cabeza y trató de incorporarse pero
le era imposible. De pronto la sudorosa cara de Grand apareció frente a sus
ojos.
-No puedo cargarte más –respiraba muy agitado-.
Van a cogernos. Celia, por favor…
Poco a poco le fue volviendo la cordura. El
mundo dejó de darle vueltas y usó su mermado Poder para acallar un instante el
dolor de sus piernas.
-Necesito tu energía –señaló sus muñecas,
incapaz de decir más.
El cambiaformas lo comprendió al momento y cortó
con una piedra afilada la base de su mano y la de ella, juntando después los
cortes. Con voz trémula la bruja comenzó a murmurar unos salmos mientras sentía
como la fuerte energía vital de Grand recorría su cuerpo, sanando casi al
instante todas sus heridas.
Cuando se sintió suficientemente recuperada
apartó sus manos rompiendo así el hechizo.
-Tenemos que correr –Grand ahora tenía unas
oscuras ojeras bajo los ojos pero sin dar muestras de cansancio la levantó de
un tirón-. Nos persigue todo el pueblo.
Sin decir más se transformó en un enorme león
blanco del norte y ella montó sobre él, agarrándose con fuerza a su blanca y espesa
melena.
La mañana ya hacía tiempo que había despuntado
cuando Grand, ya sin fuerzas, detuvo su frenética carrera.
Las piernas le temblaban de extenuación y sin
poder aguantar más, se derrumbó en medio del camino. Celia se bajó de encima
suya y se acercó a la enorme cabeza del león.
-Grand… -le hablaba con un hilo de voz, en un
extraño tono ausente-. ¿Estás bien?
El cambiaformas lo único que pudo hacer fue
pestañear a modo de respuesta. Las energías le habían abandonado, drenadas por
la bruja y agotadas totalmente con la carrera. Sintió como su cuerpo recuperaba
su forma humana sin él poder evitarlo.
Celia lo levantó como pudo y soportó su peso.
-Vamos a encontrar un sitio donde descansar.
Él se dejó medio arrastrar fuera del camino. La
bruja respiraba agitadamente mientras serpenteaba entre las grandes rocas que
formaban el paisaje.
Grand tenía los ojos cerrados y movía las
piernas a duras penas para facilitarle a Celia la tarea de cargar con él. De
pronto, el sol dejó de pasar a través de sus párpados y sintió un ligero
frescor acariciar su piel.
-Esta cueva servirá, ¿no crees? –preguntó la
bruja jadeante, mientras le dejaba en el suelo con cuidado.
Se quedaron allí sentados en silencio un buen
rato hasta que Grand sacó fuerzas suficientes para apoyar la oreja en la roca y
mascullar:
-Hay un arroyo subterráneo aquí cerca –su voz
sonaba roca y distante.
-Voy a buscarlo –la muchacha se puso en pie y le
sonrió, aunque él estaba tan agotado que ni siquiera se percató.
Grand cerró los ojos antes de que ella terminara
de hablar. Cuando despertó ya no entraba luz en la cueva salvo por el leve
resplandor de las estrellas. Celia estaba sentada en una piedra, mirando al
exterior.
El estómago le gruño con fuerza. Llevaba todo el
día sin comer. Miró alrededor recordando todo lo sucedido y que se habían
dejado las cosas en la aldea. Ni siquiera tenía una mísera túnica con la que
vestirse.
-Creo que me siento con fuerzas para cazar –le
dijo a la bruja que se había girado hacía él al oírle moverse-. No hemos
probado bocado y necesitamos fuerzas para continuar.
Ella asintió. Tenía los brazos cruzados con
fuerza, Grand supuso que para tapar su desnudez-
-Intentaré encontrar armas y ropas también –se
transformó en un pequeño gato montés y salió disparado por la entrada de la
cueva.
Caminó olfateando el terreno. Hacía una noche
muy fresca y despejada aunque el aire estaba muy seco. Estaban a pocos días del
desierto y todos los olores que le llegaban le recordaban a su vida allí.
Exploró los alrededores del camino en busca de alguna aldea o posada, pero no
tuvo suerte. Parecía que tendrían que pasar los siguientes días desnudos.
Cuando lo dio por imposible se concentró en
encontrar algo que llevarse a la boca. El terreno era muy abrupto y con poca
vegetación, por lo que no había muchas presas para elegir.
Le llegó el lejano rastro de uno conejo del
desierto y, hambriento como estaba, se lanzó como una flecha en su busca.
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