miércoles, 3 de octubre de 2012

Las lágrimas de sangre (3)

Celia salió la última de la habitación para no sentir las miradas de los demás clavadas en su nuca.
Fue directa a las cocinas, donde le entregaron como cada día, un plato con escasa cantidad de un engrudo marrón y verde y le regalaron varias miradas de desprecio.
Mientras se dirigía a la habitación se iba poniendo nerviosa. Aún tras tantos años siguiera temiendo perder el control.
Antes de abrir la pesada puerta de madera se desató la fina cadenita de acero que llevaba en la muñeca derecha y la sostuvo con firmeza.
-Te traigo la cena –dijo en tono frio.
-Muchas gracias mi señora –el hombre se incorporó y la miró con esos ojos siempre cargados de tristeza. Tomo el plato con delicadeza y se sentó a comer en una maltrecha mesa junto a la puerta.
Celia se puso frente a él, centrando su Poder en la cadenita que estaba ligada al cambiaformas.
-No intentes nada.
Él sonrió apesadumbrado mientras miraba la cadena.
-Siempre la misma cantinela, ¿eh? No temas.
-Calla y come –dijo la joven con el ceño fruncido-. Puede que la Madre quiera verte pronto.
-¿Por qué?
-No tienes que saber porque. Solo tienes que obedecer.
El hombre la miró de un modo extraño y comenzó a comer.
Celia sintió algo removerse en su estómago. ¿Pena? ¿Remordimiento quizá? Miró fijamente a Grand. Era un hombre alto y espigado, con el pelo negro siempre revuelto y grandes ojos grisáceos, con un permanente aire triste. Intentó mirarlo con afecto, o incluso indiferencia, pero fue incapaz.
Le odiaba. Jamás le había hecho nada para ello, pero le odiaba.
Le ponía nerviosa pensar que en cualquier momento podía convertirse en la criatura o persona que deseara. Acarició la cadenita, eso siempre la hacía sentir segura. Además de eso estaba la actitud de sus Hermanos desde que se encargaba de él.
Recordaba que hacía cuatro años, cuando le habían traído de lo más profundo del desierto y la Madre la eligió como guardiana se sintió sumamente orgullosa, hasta que se percató de como los demás se distanciaban. Al principio creía que eran simples envidias, pero terminó dándose cuenta de que era miedo, miedo y repulsión.
Cuando terminó de comer le metió en su celda y se alejó del lugar todo lo rápido que podía sin ponerse a correr.

Se recostó en el fino colchón, casi tan hambriento como antes. Siempre estaba deseando una Encomendación, pues era las pocas veces en lo que podía ingerir algo más parecido a una comida de verdad.
Además las Encomendaciones solían durar algunos días y era un placer no tener que ver a Celia. Su boca torcida en gesto agrio y esos enormes ojos azules cargados de ira.
La mitad de las veces que la veía le habría desgarrado el cuello con sus dientes si no fuera por esa maldita cadenita.
Solo de imaginarla el terror le atenazaba las tripas. Todas las noches se prometía que un día arrancaría esos diminutos eslabones de los dedos inertes de la joven.
Justo cuando se había quedado dormido la joven le despertó al abrir la puerta.
-La Madre quiere verte –como siempre con la cadenita en la mano-. Vamos
Se levantó tambaleante por el sueño y la siguió hasta la habitación de las velas.
La vieja estaba recostada en los cojines, mirándole fijamente con esos enormes ojos que parecían todo pupila.
-Tengo una importante Encomendación para ti y Celia.
-Decidme Madre –se notaba la boca pastosa al hablar.
-Mañana iréis junto con otros Hijos a proteger a la princesa. Se la arrebataréis a sus captores y la devolverás a su marido sana y salva. Tendrás que defender a los Hijos de un número indeterminado de hombres armados, así que elige bien el aspecto, cambiaformas.
El hombre asintió. No era la primera vez que le ordenaban algo así, ni la primera vez que mataba por orden de los Hijos de las Lágrimas Heladas y, por supuesto, no sería la última.
-Celia, confío plenamente en ti para que le controles –giró su huesuda cabeza hacia la joven-. No pierdas ni un momento la concentración, pero si puedes ayudar con tu poder, hazlo.
Señaló con la mano unos pequeños asientos a su lado. Se sentaron obedientemente a esperar a los voluntarios para la Encomendación. Según la vieja los iba seleccionando, se sentaban junto a ellos.
Al final quedaron 3 Hijos y 2 Hijas del Hielo, además de Celia y él.
-Cambiante –dijo la vieja mirando a Grand-. Enséñales lo que puedes hacer.
Sin mirar a ninguno a la cara se levantó de la silla, se quitó la túnica y se transformó en un enorme león. Después en una gorda rata blanca y por último en la escuálida vieja.
Esa era la parte que más le gustaba de su demostración, ver en esos rostros orgullosos el miedo y la repulsión al mirarlo convertido en la persona que más admiraban. Casi podía oírlos pensar en como podría pasarse por cualquiera de ellos.
Volvió a su aspecto natural y se vistió con un rápido movimiento.
-Fantástico –dijo la vieja sonriendo-. El cambiaformas y Celia se encargaran de vuestra seguridad, vosotros os encargareis de proteger a la princesa –movió un dedo hacia la puerta y cerró los ojos-. Retiraos.
Grand se dirigió a su celda entre bostezos acompañado por la permanente presencia de Celia.
-Esta Encomendación es muy importante –le dijo mientras abría la puerta, clavándole esos ojos azules-, no se te ocurra desobedecerme o intentar escapar, porque si algo sale mal créeme, lo lamentaras

1 comentario:

  1. Me gustan el cambiaformas y Celia, me da que ese par va a dar mucho juego, a la vieja me la imagino casi como el cadavérico de cuentos de la cripta xD

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