viernes, 29 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (11)

El cambiaformas se dirigió con paso decidido hacia la barra. Se sentó y pidió dos jarras de cerveza.
Celia miró la bebida con una mueca, odiaba el sabor de la cerveza. La olisqueó y finalmente le dio un buen trago, sedienta.
Mientras tanto, la tabernera limpiaba la barra sin quitarles el ojo de encima.
-Queremos una habitación donde pasar la noche –dijo Grand con voz grabe mientras dejaba en la mesa una moneda de plata por las cervezas.
-Serán 10 de plata, soldado.
-Bien –se levantó, dejó las monedas junto a la otra e hizo un gesto a Celia para que le siguiera-. Queremos descansar ya.
La posadera salió de detrás de la barra y les guio por las escaleras, mirándoles de reojo con gesto desconfiado, hasta una habitación con dos camas y un pequeño barreño.
Cuando la mujer salió Celia se tiró en la cama con un suspiro, sintiendo como sus músculos se relajaban al sentir el mullido colchón.
-Voy a comprar las provisiones –dijo Grand antes de salir-. Espérame aquí.
Casi sin darse cuenta se quedó dormida. Le despertaron unas risas de niños y ruido de pasos. Bostezando se acercó a la puerta y la abrió solo una rendija pudiendo ver a tres niños corriendo por el pasillo, entrando y saliendo de las habitaciones, intentando cogerse entre ellos.
Con una mueca cerró la puerta. Se acercó a la ventana y miró al cielo, tratando de estimar cuanto tiempo llevaba dormida.
Cuando ya empezaba a impacientarse y a acariciar la cadenita con fuerza, se abrió la puerta de la habitación y entró el cambiaformas con unas alforjas.
-He comprado carne en salazón, queso y algo de pescado ahumado –le mostró el interior de los sacos-. Entre esto y lo poco que consigamos en el desierto creo que sobreviviremos.
-¿Y el agua?
-He llenado nuestras botas en el pozo. Además –se tocó la nariz-, se donde encontrar agua en el desierto.
Celia estaba cada vez más harta de su actitud de superioridad pero, pensando en su misión, se mordió la lengua.
Cenaron en la habitación. Cuanto menos trato tuvieran con la gente, menos riesgo de ser descubiertos.
-Mañana saldremos temprano –musitó él con un bostezo mientras se quitaba la camisa y se metía en la cama-. Tenemos que aprovechar las horas más frescas para avanzar.
Ella se acostó sin decir palabra, apretando los dientes. Su único consuelo era que, cuando consiguieran encontrar al traidor, pensaba darle a ese cambiaformas la lección que se merecía.

Grand se despertó temprano, apenas había amanecido. Fue a por algo para desayunar y despertó a Celia poniéndole su comida delante.
-Voy a revisar el camino, para que no encontremos sorpresas –dijo mientras se sacudía las migas de la boca.
-Pide que me preparen un baño –ordenó la bruja con tono autoritario, sin siquiera mirarle.
Gruñendo por lo bajo salió de la habitación. Se encontró con la posadera en las escaleras y, en tono más arisco de lo que pretendía, le pidió que llenara de agua el barreño de la habitación.
Se alejó bastante de la aldea y, cuando comprobó que nadie podía verle, se transformó de nuevo en el pequeño perro.
Inspeccionó un rato el camino que había dejado atrás, buscando olores o huellas sospechosas, pero parecía que nadie les seguía.
Volvió junto a sus ropas y, recuperando su forma humana, se dirigió hacia el poblado. Cuando ya podía ver la posada, de pronto, de una de las ventanas salió un potente fogonazo de luz.
Sin pensárselo un momento se lanzó a correr hacía allí. Unos instantes después, un alarido de mujer le atravesó los oídos.

Celia se sentó como pudo en el pequeño barreño, suspirando al sentir el agua caliente en su piel.
Fuera, en el pasillo, se oía a los mismos niños de la tarde anterior reír y correr. Por un momento estuvo tentada de insonorizar la habitación, pero no podía arriesgarse a usar ni ese sencillo hechizo.
Se frotó el cuerpo con la pastilla de jabón para quitarse toda la suciedad del viaje y lavó su apelmazado pelo. Cuando terminó el agua estaba turbia. Se puso en pie chorreando y cogió una fina y áspera toalla para secarse. Justo en ese instante se abrió la puerta de la habitación.
-Pe-perdón… -dijo la niña pequeña que acababa de irrumpir, perdiendo el color de las mejillas-. Pensé que este cuarto estaba va… -de pronto señalo su brazo, abriendo los ojos y empezando a temblar-. ¡Eres una bruja!
Celia, por un instante, se quedó desconcertada. Bajó la vista hacia su hombro y la vio. ¡La marca! El copo de nieve que todos los Hijos de las Lágrimas tenían marcado
-No… No soy una bruja –musitó, acercándose a la niña, despacio.
-¡Mentira! Esa es la señal de las brujas. Me lo dijo un soldado –la niña chillaba y se alejaba de ella-. ¡Mamá! ¡Corre! ¡Hay una…!
La chiquilla no pudo decir más. Celia, aterrada y sin ser capaz de pensar con claridad, le había lanzado un impulso de energía.
Solo pretendía que se callara, pero llevaba semanas acumulando magia, magia que no podía utilizar y el hechizo había sido demasiado fuerte.

La niña estaba en el suelo, con los ojos abiertos y vidriosos. Muerta. 

martes, 26 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (10)

Cuando los soldados se acercaron más, se percató de que vestían el uniforme de la guardia real. Ya no le quedaba ninguna duda, estaban ahí para matarlos.
En cuanto pasaron junto a la enorme boca el cambiaformas loes escupió su corrosivo veneno. Cayeron al suelo entre gritos agarrándose la cara y Grand se lanzó contra ellos con las fauces abiertas.

Intentaba controlar su respiración, acelerada por el miedo, mientras agarraba la rústica lanza con tanta fuerza que se le dormían la punta de los dedos. Tenía la espalda apoyada contra la fría roca y cualquier pequeño ruido le hacía respingar.
De pronto Grand salió de entre las sombras, completamente desnudo y con un fardo en las manos. Al principio el movimiento la asustó, pero cuando reconoció al cambiaformas suspiró aliviada, dejando caer la lanza de sus manos temblorosas.
-Eran dos soldados –dijo el muchacho antes de que ella pudiera preguntar, lanzando a sus pies una capa ensangrentada que envolvía dos espadas, una daga, un arco y un carcaj lleno de flechas. También había un saco con unas pocas monedas-. Necesitábamos las armas
-¿Les has matado? –preguntó, observando la sangre de la capa con el rostro pálido.
-Claro. ¿O acaso querías que los dejara libres para que informaran a todo el ejército de donde nos encontramos?
Ella sacudió la cabeza y se agacho para coger la espada, que se ató con torpeza al cinto, y la bolsa de dinero.
-Deberías aprender a usarla –dijo gran mientras se ponía unos pantalones de soldado y una casaca, y se iba atando las armas.
-¿También les has quitado la ropa? –una mueca de asco cruzó la cara de la bruja
-Claro –siguió vistiéndose sin siquiera mirarla-. Este uniforme nos facilitará mucho las cosas. ¿Quién va a interrogar o a atacar a un guardia real?
Celia asintió, mirando con el ceño fruncido como él se ajustaba el cinto con la espada. No le hacía ninguna gracia que fuera armado, pero no le quedaba otra opción.
-Y… ¿los cuerpos? –preguntó, mirando sus ojos grises, arrepintiéndose según lo decía, pues en realidad no quería saber la respuesta.
-No los encontrarán –dijo sin más, tumbándose junto al fuego-. Todavía es tu turno de vigilancia –y sin añadir nada más, cerró los ojos.
La noche pasó sin incidentes y reanudaron la marcha al amanecer, masticando la carne fría que había sobrado de la noche anterior.
El calor se fue haciendo más sofocante según avanzaba el día y tuvieron que hacer un alto para buscar algún arrollo con el que rellenar sus botas vacías.
-¿Sabes a dónde vamos? –preguntó Grand, mojándose el pelo y la cara para refrescarse.
-El último paradero conocido de Trandos es el Espinazo, ahí nos dirigimos.
Antes de salir de la ciudad había activado un hechizo de dirección que siempre la orientaba correctamente. Nunca había salido de Valorn y no podía permitirse los retrasos de andar comprobando mapas o peor, perdiéndose.
-Ya. Eso lo sé –sonrió con sorna-. Me refería a que si sabes que, para llegar allí, debemos atravesar el desierto de Omrra.
Celia le miró con desprecio, acariciando inconscientemente la cadenita de su muñeca, deseando borrar esa estúpida sonrisa de su rostro.
-Sí, lo sabía –mintió en tono altivo, siseando con desprecio-. Esperaba que tú fueras de ayuda allí.
-Seré de ayuda, claro –respondió sin dejar de sonreír-. Pero si a una persona le resulta difícil sobrevivir en el desierto, dos puede ser imposible.
-Pues tendrás que esforzarte –le fulminó con la mirada mientras se ponía en pie, con las botas llenas de agua-. Aunque cuando lleguemos supongo que estaremos bastante lejos de nuestros perseguidores para usar algún hechizo si fuera necesario-
-Si tú lo dices… -murmuró el joven poniéndose en pie de un salto.
Celia podía sentir su sangre arder de ira. Se llevó la mano a la cadenita y, mientras las aletas de la nariz se le abrían de ira, vociferó.
-¿A qué viene ese tono?
-Si tú has llegado a la conclusión de que el traidor está con el hermano del rey, ¿que te hace pensar que ellos no pensarán lo mismo? Se dirigen al mismo sitio que nosotros, tenlo por seguro.
La joven se alejó, pisando con fuerza, enfadada con ella misma por no haber pensado en algo tan lógico y enfadada con él por hablarle como si se creyera mejor.

Pasaron varios días sin incidentes. La tierra se iba haciendo más yerma y el calor, durante el día, más asfixiante. Grand casi podía oler el desierto en el ardiente viento que le azotaba la piel.
Miró de reojo a Celia, que caminaba a su lado con la vista baja. Había adelgazado notablemente y estaba muy demacrada. En cambio, él había ganado peso, se sentía más fuerte y más sano. Incluso sentía que cada vez le costaba menos cambiar.
Sacó su bota y dio un sorbo al agua, prácticamente caliente, humedeciéndose los labios.
-Tenemos que encontrar otro arrollo, apenas me queda agua.
Ella le miró con el ceño fruncido.
-Bien –suspiró, quitándose las ropas del guardia-, voy a explorar.
Se convirtió en un pequeño perro y se alejó del camino. Fue olisqueando, buscando alguna fuente de humedad. Tras un rato a su nariz llegaron varios rastros humanos y apuró el paso. Podía ser una aldea.
Tras corretear casi una hora encontró un pequeño grupo de casas junto a un camino secundario. En una plazoleta había una pequeña herrería, una gran casa que parecía una taberna y un pozo en el centro.
Paseó un poco por la zona, buscando guardias reales y por si escuchaba algún rumor importante, pero todo parecía tranquilo y sin riesgos.
Cuando un campesino entraba en la taberna aprovechó para colarse entre sus pies y observar por allí, pero enseguida le cayó en la cabeza una jarra de madera, lanzada por la mujer regordeta que estaba tras la barra.
-¡Fuera chucho! ¡Fuera! –le gritaba, haciendo aspavientos con las manos.
Salió corriendo del poblado y buscó a Celia por el camino. La encontró justo donde la senda principal se bifurcaba, mirando alrededor y dando golpecitos con el pie, impaciente.
Se transformó y se acercó a ella, que le tendió sus ropas con una mueca.
-Hay una pequeña aldea por ese camino –señaló-. Tienen un pozo y una posada. Podemos hacer un alto para reponer fuerzas y aprovisionarnos.
-Es muy arriesgado –musitó la bruja, mirándole con los ojos entrecerrados.
-Estamos a pocos días del desierto. Necesitamos llevar agua y comida, a no ser que quieras morir en el intento, claro está. Y dudo que encontremos más aldeas por el camino.
-El comunicado del rey ya habrá llegado a todas las aldeas y poblados del reino, y estarán pendientes de todos los forasteros que aparezcan –hablaba con frialdad, enfureciéndose por momentos por su modo de discutir sus decisiones.
-Pero nadie sospechará de un guardia del rey –señaló sus ropas con gesto exasperado-. No osarían a preguntar a donde nos dirigimos ni por qué.
Celia le fulminó con la mirada mientras acariciaba la cadenita en su muñeca, mordiéndose las mejillas por dentro para controlarse.
Finalmente, sin decir nada, se giró hacia el camino secundario y comenzó a caminar.

Mientras se acercaba a la aldea iban pasando por varios campos de labranza. Los campesinos detenían sus labores y se les quedaban mirando. En una ocasión un niño, tras verles, soltó el saco que llevaba en las manos y salió corriendo hacia el poblado.
Celia apretaba la mandíbula, tensa, mirando alrededor con nerviosismo, en busca de cualquier movimiento sospechoso.
Empezaron a pasar junto a algunas casas dispersas, en las que siempre había alguien en la ventana, mirándoles y murmurando. Cuando llegaron a la plaza había media docena de personas agolpadas frente a la puerta de la taberna, observándolos.
-¿Os vais a quitar de en medio o tengo que hacerlo yo? –vociferó Grand, poniendo la mano en el puño de su espada.

Todos se apartaron rápidamente. Celia podía observar como les señalaban y cuchicheaban, sin disimulo ninguno.

martes, 19 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (9)

La temperatura había caído bruscamente. Celia se afanaba en encender el fuego, refunfuñando. Seguía sin acostumbrarse a no poder usar su magia y se le daba fatal tener que hacer cosas con sus propias manos.
Lanzó el pedernal con furia contra la roca que tenía detrás y se sentó enfadada, pestañeando para controlar las lágrimas de frustración que pugnaban por salir.
Llevaban ya dos días huyendo. El rey había enviado en su busca a rastreadores, capaces de detectar cualquier hechizo que se realizara y poder seguir esos rastros mágicos, así que se veía incapaz de hacer cualquier cosa con su Poder.
Se sentía frustrada y completamente inútil. Sin su magia no era capaz ni de encender un fuego.
Tras unos minutos de refunfuñar se fue calmando poco a poco y se levantó para coger el pedernal y volver a intentarlo, cuando un enorme lobo saltó frente a ella.
Por instinto se llevó la mano a la cadenita que llevaba atada en la muñeca, hasta que vio que el animal dejaba una enorme liebre a sus pies.
-No vuelvas a asustarme así –siseó la joven, fulminando a Grand con la mirada.
No había podido renovar el hechizo de vínculo desde el día de la Encomendación, por lo que ahora apenas podía tener una vaga idea de cuán lejos de ella estaba y solo mientras llevara la cadena puesta. No poder conocer sus intenciones y pensamientos más básicos la hacía sentir que no tenía ningún control sobre el cambiaformas. Cada vez que se alejaba a cazar o explorar no podía dejar de imaginárselo abalanzándose sobre ella en cualquier momento para matarla.
El lobo se transformó en Grand y se acercó a un pequeño atado en el suelo del que cogió una túnica para cubrirse, sin siquiera responderla, solo dedicándole una mirada de hastío.
Celia acarició su cadena como amenaza, sentándose de nuevo junto a la leña, intentando de nuevo encender el fuego. Podía sentir la mirada del cambiaformas clavada en ella.
Por fin una chispa prendió la yesca y al poco crepitaba una hoguera frente a ella.
Grand rio por lo bajo y comenzó a despellejar el animal. La bruja podía ver como el miedo que el cambiaformas sentía hacia ella había mermado desde que emprendieron su viaje en busca de Trandos. Era consciente de que no quería arriesgarse a hacer ningún hechizo y, lo que era peor, sabía que ella le necesitaba desesperadamente pues, sobretodo sin magia, sería incapaz de terminar ese viaje sola.
Cada vez que la miraba desafiante, o se reía ante su frustración al tratar de hacer cosas sencillas como encender un fuego o preparar un refugio, solo podía pensar en lanzarle una bola de fuego y ver como se consumía hasta la muerte.
Apretó los dientes para controlarse, mientras Grand ponía la liebre sobre el fuego, recordando la humillación que había sentido la primera noche cuando, tras llevar horas tratando de encender la hoguera, él había cogido el pedernal y lo había logrado a la primera, mirándola de un modo en el que jamás lo había hecho. Sintiéndose orgulloso y superior.
Observó el camino unos instantes, que aparecía ligeramente iluminado por la luna creciente. Estaban en una gran explanada con bastante vegetación y grandes rocas, como la que estaba usando para resguardarse del viento. Al ritmo que llevaban les quedaba aún semanas de viaje hasta llegar al último lugar en donde se tenía conocimiento de la presencia de Trandos.

El cambiaformas daba vueltas a la carne sobre el fuego mientras disfrutaba de la expresión de descontento de Celia. Su miedo y su frustración eran casi palpables, y eso le encantaba.
Aunque él había prometido ayudarla a cambio de su libertad sabía que la bruja jamás se fiaría de él. Veía como acariciaba esa estúpida cadenita cada vez que le miraba y el terror inundaba sus ojos cada vez que se transformaba.
Mentiría si dijera que no se le pasaba por la cabeza abalanzarse sobre ella y arrancarle su bonita cabeza. Pero había dado su palabra y, para él, eso aún tenía algún valor.
Cuando la carne estuvo lista le lanzó un pedazo sin muchos miramientos y se puso a comer.
-Debemos buscar un refugio –murmuró con la boca llena-. Se acerca tormenta.
-¿Esta noche? –preguntó la joven, apretando los dientes. Detestaba tener que preguntar que podría saber fácilmente con un simple hechizo
-No. Mañana, hacia la tarde, cuando empiece a refrescar –Grand sonrió, disfrutando de su expresión.
Él había pasado años viviendo en un desierto, escondiéndose de personas como Celia y sabía sobrevivir perfectamente. Cosas como cazar y reconocer los signos cuando cambiaba el tiempo eran naturales para él.
Sin su ayuda, la bruja no habría pasado ni la primera noche y disfrutaba recordándoselo.
Cuando se terminó su pedazo de liebre se tumbó junto al fuego.
-Voy a dormir un poco, te toca el primer turno –se podía detectar una ligera sorna en su voz.
Ella le fulminó con la mirada pero no dijo nada, solo cogió la tosca lanza de madera endurecida al fuego que Grand había hecho el día anterior y se sentó con la espalda muy recta. Tenía los nudillos blancos de apretar el palo y la mirada fija en el camino.
Grand apenas llevaba una hora dormido cuando sintió que le agitaban el brazo. Se incorporó de golpe y lo primero que vio fueron los ojos azules de Celia, abiertos de terror.
-He oído pasos –susurró, señalando el camino.
Él se transformó al instante en un enorme lagarto del desierto, haciendo girones su túnica.
-Escóndete y no hagas ruido –susurró con un extraño siseo y desapareció silenciosamente en las sombras.
Sacó su lengua bífida varias veces, olfateando el aire. Una ligera brisa le traía el olor de varios humanos. El olor venía de la derecha.
Caminó en silencio, aguzando su pobre vista nocturna y, tras unos minutos, le pareció distinguir a tres hombres caminando bajo la luz de la luna. Iban agazapados y llevaban espadas al ciento.

Grand siseó y escaló a una roca cercana, quedando colgado boca abajo sobre el camino, fuera de su vista y preparado.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (8)

A Grand se le cerraban los ojos de sueño. Miró a su alrededor y se sorprendió al ver que parecía ser de las pocas personas en la plaza a la que le estaba venciendo el cansancio.
La mayoría de los allí congregados miraban con ojos ávidos hacia el horizonte, esperando ansiosos ver los primeros rayos de sol que anunciarían lo que pensaban, sería un espectáculo.
Lo cierto es que él también estaba deseando la llegada del amanecer. La idea de ver a esa repulsiva vieja morir lentamente, colgada de una soga le producía un delicioso escalofrío de placer. Aunque preferiría mil veces que a quien colgaran de esa cuerda fuera a Celia.
Le echó una rápida mirada. Al igual que todos los demás no apartaba la vista del horizonte, pero su gesto era de aprensión.
-Esto es peligroso –repitió el cambiaformas por enésima vez-. Deberíamos estar a horas de la ciudad, no a tres pasos de los hombres del rey.
-¿Quieres callarte? Creí haberte dejado claro que quien toma las decisiones soy yo. Nos iremos, pero no antes de que la Madre muera. No puedo abandonarla así. No puedo irme sin verla morir para así poder contar a todos la gran injusticia que ha cometido el rey Howard.
-¿Seguro que eso es lo único que quieres? ¿Acompañarla en sus últimos momentos? No estarás pensando en tratar de evitarlo, ¿verdad?
Celia negó con la cabeza levemente.
-Eso espero, porque no tendrías la más mínima oportunidad. Y no pienso permitir que pongas así mi vida en riesgo.
-¿Permitirme? ¿Tú a mí? –le miró con un profundo desprecio y alzó la mano en la que tenía la cadena-. ¿Cómo osas…?
Pero el suave sonido de un tambor la enmudeció. El sol empezaba a despuntar por el horizonte y se abrieron las puertas que daban a las mazmorras.
Cuatro hombres flanqueaban a la vieja, que parecía aún más decrépita que la última vez que la habían visto. Cada uno de  ellos agarraba una cadena de gruesos eslabones que acababa en cada una de las extremidades de la bruja. El metal estaban labrados símbolos rúnicos que a Grand le recordaban a los que había en su celda para impedir que usase su poder.
Prácticamente arrastraron a la anciana hasta el patíbulo. Sin quitarle las cadenas le pusieron una soga al cuello, también cubierta de runas, y el verdugo comenzó a leer un pergamino.
-Gran Madre de las Lágrimas Heladas, se os condena a colgar de la soga hasta morir por los delitos de traición, magia negra, magia de sangre y el asesinato de la esposa del príncipe, la princesa de Lisse –puso la mano en la palanca que retiraba el tablón de madera sobre el que reposaba la bruja-. ¿Tenéis unas últimas palabras?
La vieja se aclaró la garganta y su extraño susurro llenó la plaza.
-Recordad que este no es el final –dijo mientras mostraba sus afilados dientes en una torva sonrisa-. Los Hijos de las Lágrimas volveremos. Más fuertes y poderosos. Y volveremos con el auténtico rey –estiró el brazo y lo movió señalando a toda la plaza-. Y los que nos habéis traicionado, los que habéis aclamado nuestra muerte, os postrareis ante nosotros. ¡Y lloraréis! ¡Lloraréis lágrimas de sangre!
Dicho esto le hizo un gesto al verdugo quien, sin más, accionó la palanca. La anciana calló de golpe, quedando suspendida de la cuerda, balanceándose de un lado a otro.
No se le rompió el cuello, así que se fue ahogando lentamente. La gente gritaba enloquecida y Celia, junto a Grand, derramaba lágrimas silenciosas.
De pronto la piel de la anciana comenzó a brillas y la gente comenzó a apartarse del patíbulo, aullando de júbilo. Era bien sabido que cuando un brujo estaba a punto  de morir su cuerpo liberaba la magia que le quedara en forma de luz o llamas.
Pequeñas ascuas comenzaron a brotar de la piel de la vieja, hasta que todo su cuerpo ardía tenuemente mientras la multitud se regocijaba con el espectáculo.
Unos segundos después las llamas, junto con su vida, se apagaron.
Celia, a su lado, apretaba los puños contra los costados mientras fulminaba con la mirada uno de los balcones del palacio, en el que se podía distinguir al rey.
Por un instante el cambiaformas temió que fuera a cometer una locura, pero ella solo exhaló lentamente y musitó.
-Se ha terminado. Vámonos.

Mientras se abrían paso entre la multitud para salir de la plaza una voz se alzó desde el patíbulo.
-Queremos recordar a los ciudadanos que todos los Hijos de las Lágrimas son unos traidores. Si conocéis a alguna persona con un copo de nieve tatuado en alguno de sus brazos, con un emblema de copo de nieve o alguien que pueda resultar sospechoso, deben ponerse en contacto con la guardia del rey de inmediato. Se recompensará con 40 monedas a todo aquel que ayude en la captura de algún brujo.
>>Además también buscamos un cambiaformas y la bruja que le acompaña. Ellos mataron con sus propias manos a nuestra amada princesa. Cualquier información que nos ayude a capturar a ambos será recompensada con 200 monedas.
Celia se estremeció y agarró a Grand con fuerza, arrastrándolo tras ella entre la marea de personas. ¡200 monedas de oro! Tenían que salir de la ciudad inmediatamente.
Se dirigió apresuradamente a la puerta Norte de la ciudad. Era muy temprano y seguramente aún no habría muchos guardias pero, por si acaso, lanzó un suave hechizo sobre los dos para pasar desapercibidos.
Las calles estaban prácticamente vacías. La mayoría de la gente aún se encontraba frente al palacio.
Según se acercaban al extremo de la ciudad sentía el miedo invadirla. Sería la primera vez que salía de Valorn y puede que para no volver jamás.
Cuando llegaron a la puerta de la muralla se paró y dudó unos instantes. No tenía muy claro dónde encontrar a Trandos y si salía de la ciudad ya no tendría a nadie a quien recurrir, salvo Grand.
Se giró hacia él, que miraba la puerta con ansiedad.
-Una vez salgamos –dijo la joven con voz queda-. Solo nos tendremos el uno al otro. Prometo que intentaré tratarte mejor. Ahí fuera escucharé tus consejos y, cuando tengamos las pruebas necesarias te liberaré. Pero ahora necesito tu ayuda, te necesito. De verdad.
Grand la miró a los ojos unos instantes, en completo silencio, que a Celia se le hicieron eternos. Finalmente asintió, casi imperceptiblemente.
Ella le agarró más fuerte y, conteniendo la respiración, pasó entre los guardias que custodiaban la puerta.
No dejó de caminar, con la espalda muy tiesa. Unos minutos después se atrevió a mirar atrás. La ciudad se recortaba contra el cielo, aún algo oscuro. Sintió una fuerte opresión en el estómago y soló deseo poder volver a vivir en Valorn sin sentir el miedo que había sufrido esos últimos días.

Conteniendo las lágrimas de frustración se encaminó hacia el norte por el pedregoso camino, con el cambiaformas pisándole los talones.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Las lágrimas de sangre (7)

Celia tomó por el brazo al escuálido niño que buscaba cangrejos entre las piedras del rio.
-¿Qué has dicho?
-¡Sueltame! –gimoteó el muchacho.
Celia le soltó y repitió la pregunta con voz fría.
-Pues que os brujos del hielo han matado a la esposa del príncipe –respondió el niño frotándose el brazo y mirándola con desconfianza-. Han arrasado su mansión de hechicería y los han capturado a todos. Incluso a la vieja esa que los guía. Los tienen a todos en las mazmorras del castillo. Aún no se sabe que van a hacer con ellos. Pero a la vieja la van a ahorcar, sí. Por traición y magia negra.
-¿Cuándo? –Celia podía sentir la bilis subiendo por su garganta-. ¿Cuándo la ahorcarán?
-Mañana al alba. Yo pienso coger sitio esta misma noche. Es la primera bruja a la que voy a ver ejecutar –el niño hablaba divertido-. Te recomiendo que también vayas esta noche. Mañana no cabrá ni un alfiler.
Y sin añadir palabra siguió con su búsqueda de cangrejos, con una amplia sonrisa.
La muchacha se apresuró hacia las casuchas que había al borde del rio. Trató de no echar a correr, pues lo último que necesitaba era llamar la atención.
Entró en una de las últimas casas del poblado, construida en adobe y con unos tablones de madera aquí y allá.
Dentro había una mujer avivando el fuego. Le sonrió al verla entrar, pero la sonrisa se esfumó cuando se fijó en la expresión de la joven.
-¿Qué ocurre Celia? –preguntó mientras la rodeaba con los brazos.
-La van a ahorcar Meere –sollozó la joven-. La van a ahorcar mañana y no podemos hacer nada.
Meere era una Hija de las Lágrimas Heladas, pero de las de menos poder. Su deber era enterarse de los rumores que circulaban entre las gentes de fuera de las murallas.
En el poblado la tenían por una hechicera que no había podido terminar sus estudios, pero sus conocimientos de hechizos sanatorios eran muy apreciados allí.
-Tranquila –susurró-. Grand volverá con alguna pista, ya lo verás.
Pero Celia ya había perdido la esperanza. Llevaba cuatro días en el poblado, sin nada más que hacer que controlar al cambiaformas mientras el se colaba en el castillo bajo un sinfín de formas con la intención de oír algo sobre la muerte de la princesa o el juicio de los Hijos. Pero no estaban más cerca de descubrir al traidor que hacía cuatro días y ella se sentía morir de impotencia.
Estaban totalmente seguros de que el secuestro lo había planeado Trandos, pues Grand había oído a los guardias hablar de ello. Por eso habían tardado tanto en acudir esa noche ante el ruido de la pelea, ya sabían que podía haber jaleo si el secuestro no salía tal como estaba planeado.
Pero nadie parecía saber nada sobre quien había informado a los bandidos de los planes de los Hijos. Los que estaban metidos en el secuestro estaban muy sorprendidos y complacidos de que la acusación hubiera caído sobre la Hermandad.
Celia al principio había tenido la esperanza de que el rey escuchara a la Madre y comprendiera que la muerte de la princesa no era culpa de los hijos. Pero sus esperanzas se esfumaron cuando Grand le contó que el rey de Lisse había viajado hasta Valasford con la intención de ver la ejecución de todos los que habían provocado la muerte de su hija. Si no era así declararía la guerra.
Sabía que ejecutarían a sus hermanos más importantes, aunque solo fuera para evitar la guerra. Pero, ¿a la Madre? Con todo lo que había ayudado al reino, con todo lo que había hecho por el rey cuando había ascendido al trono… ¿Cómo podían hacer eso?
El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos.
Era el cambiaformas.
-¡Grand! –se levantó sujetando la cadenita-. ¡La van a matar! ¡Van a matar a la Madre!
-Lo sé –se derrumbó en una silla cercana-. Lo he oído en palacio. El rey cree que es quien planeó todo. La acusan de alta traición, de colaborar con Trandos y de la muerte de la chica.
-¿De colaborar con Trandos? –dijo en apenas un susurro
-Al parecer capturaron en la frontera a un pequeño grupo de hombres, traidores. En los interrogatorios contaron que estaban esperando para llevarle la princesa a Trandos, que debía entregársela una anciana bruja con un emblema de copo de nieve.
-Es todo una trampa –Celia apenas podía pensar, sentía la sangre agolpándosele en la cabeza-. Alguien les contó lo sucedido y les convenció para contar esa historia –se apoyó en la pared, deshecha en lágrimas.
-Sea quien sea el traidor, no está en el palacio. He preguntado a todos cuantos me he atrevido. No hay ningún Hijo de las Lágrimas que no se encuentre en las mazmorras de magos. Además, esta misma mañana el rey ha ordenado que se busquen a los que huyeron y sean ejecutados.
-¿Van a matarlos a todos?
-Sí, mañana decapitarán a todos en las mazmorras mientras ejecutan públicamente a la Madre. Pero hay algo más. El rey ha ordenado que se busque principalmente a un cambiaformas y a una joven que le acompaña, por haber sido los que asesinaron con sus propias manos a la princesa. Piensan explorar cada palmo de la ciudad y alrededores con cientos de soldados. Tenemos que partir ya,
-¿Qué? No podemos. ¡No! –gritó la bruja-. Debemos descubrir al traidor… debemos ayudar a mis hermanos
-¿No lo entiendes? Van a registrar todas las casas y a rastrear el Poder. A no ser que para mañana hayas descubierto alguna manera de ocultar nuestro rastro mágico nos encontrarán.
-Pero… el traidor –titubeó Celia.
-Si el traidor estuviera en la ciudad créeme, lo habría encontrado. Solo se me ocurren dos posibilidades. O lo hizo por su cuenta y ha huido o es fiel a Trandos y ha huido. En cualquier caso no podemos encontrarle.
-Si está con Trandos sí podemos.
-Que actúe con Trandos no quiere decir que si vamos a su campamento le encontremos allí. Estaríamos arriesgándonos para nada.
-Para nada no. Para limpiar el nombre de los Hijos.
-¿Y qué más da eso si los van a matar a todos? ¡Ya no queda Hermandad de la que limpiar el nombre! Métetelo en la cabeza.
Celia tiró de la cadena con fuerza y el cambiaformas se derrumbó sobre la mesa entre gemidos de dolor.
-Espero que sea la última vez que me hablas así –dijo con voz acelerada-. Nunca te olvides de quien soy –soltó la cadena y el cambiaformas quedó tumbado sobre la mesa, jadeando-. He dicho que iremos junto a Trandos y averiguaremos si el traidor está con él. Me da igual si nuestra vida corre peligro. ¡Me da igual si van a matar a mis Hermanos! ¡Descubriremos la verdad, limpiaremos nuestro nombre y encontraremos a los Hijos que queden para rehacer la Hermandad!
Grand se incorporó con dificultad y asintió.

-Pero antes –susurró la bruja-, vamos a coger sitio para la ejecución