El cambiaformas se dirigió con paso decidido
hacia la barra. Se sentó y pidió dos jarras de cerveza.
Celia miró la bebida con una mueca, odiaba el
sabor de la cerveza. La olisqueó y finalmente le dio un buen trago, sedienta.
Mientras tanto, la tabernera limpiaba la barra
sin quitarles el ojo de encima.
-Queremos una habitación donde pasar la noche
–dijo Grand con voz grabe mientras dejaba en la mesa una moneda de plata por
las cervezas.
-Serán 10 de plata, soldado.
-Bien –se levantó, dejó las monedas junto a la
otra e hizo un gesto a Celia para que le siguiera-. Queremos descansar ya.
La posadera salió de detrás de la barra y les
guio por las escaleras, mirándoles de reojo con gesto desconfiado, hasta una
habitación con dos camas y un pequeño barreño.
Cuando la mujer salió Celia se tiró en la cama
con un suspiro, sintiendo como sus músculos se relajaban al sentir el mullido
colchón.
-Voy a comprar las provisiones –dijo Grand antes
de salir-. Espérame aquí.
Casi sin darse cuenta se quedó dormida. Le
despertaron unas risas de niños y ruido de pasos. Bostezando se acercó a la
puerta y la abrió solo una rendija pudiendo ver a tres niños corriendo por el
pasillo, entrando y saliendo de las habitaciones, intentando cogerse entre
ellos.
Con una mueca cerró la puerta. Se acercó a la
ventana y miró al cielo, tratando de estimar cuanto tiempo llevaba dormida.
Cuando ya empezaba a impacientarse y a acariciar
la cadenita con fuerza, se abrió la puerta de la habitación y entró el
cambiaformas con unas alforjas.
-He comprado carne en salazón, queso y algo de
pescado ahumado –le mostró el interior de los sacos-. Entre esto y lo poco que
consigamos en el desierto creo que sobreviviremos.
-¿Y el agua?
-He llenado nuestras botas en el pozo. Además
–se tocó la nariz-, se donde encontrar agua en el desierto.
Celia estaba cada vez más harta de su actitud de
superioridad pero, pensando en su misión, se mordió la lengua.
Cenaron en la habitación. Cuanto menos trato tuvieran
con la gente, menos riesgo de ser descubiertos.
-Mañana saldremos temprano –musitó él con un
bostezo mientras se quitaba la camisa y se metía en la cama-. Tenemos que
aprovechar las horas más frescas para avanzar.
Ella se acostó sin decir palabra, apretando los
dientes. Su único consuelo era que, cuando consiguieran encontrar al traidor,
pensaba darle a ese cambiaformas la lección que se merecía.
Grand se despertó temprano, apenas había
amanecido. Fue a por algo para desayunar y despertó a Celia poniéndole su
comida delante.
-Voy a revisar el camino, para que no
encontremos sorpresas –dijo mientras se sacudía las migas de la boca.
-Pide que me preparen un baño –ordenó la bruja
con tono autoritario, sin siquiera mirarle.
Gruñendo por lo bajo salió de la habitación. Se
encontró con la posadera en las escaleras y, en tono más arisco de lo que
pretendía, le pidió que llenara de agua el barreño de la habitación.
Se alejó bastante de la aldea y, cuando comprobó
que nadie podía verle, se transformó de nuevo en el pequeño perro.
Inspeccionó un rato el camino que había dejado
atrás, buscando olores o huellas sospechosas, pero parecía que nadie les
seguía.
Volvió junto a sus ropas y, recuperando su forma
humana, se dirigió hacia el poblado. Cuando ya podía ver la posada, de pronto,
de una de las ventanas salió un potente fogonazo de luz.
Sin pensárselo un momento se lanzó a correr
hacía allí. Unos instantes después, un alarido de mujer le atravesó los oídos.
Celia se sentó como pudo en el pequeño barreño,
suspirando al sentir el agua caliente en su piel.
Fuera, en el pasillo, se oía a los mismos niños
de la tarde anterior reír y correr. Por un momento estuvo tentada de
insonorizar la habitación, pero no podía arriesgarse a usar ni ese sencillo
hechizo.
Se frotó el cuerpo con la pastilla de jabón para
quitarse toda la suciedad del viaje y lavó su apelmazado pelo. Cuando terminó
el agua estaba turbia. Se puso en pie chorreando y cogió una fina y áspera
toalla para secarse. Justo en ese instante se abrió la puerta de la habitación.
-Pe-perdón… -dijo la niña pequeña que acababa de
irrumpir, perdiendo el color de las mejillas-. Pensé que este cuarto estaba va…
-de pronto señalo su brazo, abriendo los ojos y empezando a temblar-. ¡Eres una
bruja!
Celia, por un instante, se quedó desconcertada.
Bajó la vista hacia su hombro y la vio. ¡La marca! El copo de nieve que todos
los Hijos de las Lágrimas tenían marcado
-No… No soy una bruja –musitó, acercándose a la
niña, despacio.
-¡Mentira! Esa es la señal de las brujas. Me lo
dijo un soldado –la niña chillaba y se alejaba de ella-. ¡Mamá! ¡Corre! ¡Hay
una…!
La chiquilla no pudo decir más. Celia, aterrada
y sin ser capaz de pensar con claridad, le había lanzado un impulso de energía.
Solo pretendía que se callara, pero llevaba
semanas acumulando magia, magia que no podía utilizar y el hechizo había sido
demasiado fuerte.
La niña estaba en el suelo, con los ojos
abiertos y vidriosos. Muerta.