martes, 26 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (10)

Cuando los soldados se acercaron más, se percató de que vestían el uniforme de la guardia real. Ya no le quedaba ninguna duda, estaban ahí para matarlos.
En cuanto pasaron junto a la enorme boca el cambiaformas loes escupió su corrosivo veneno. Cayeron al suelo entre gritos agarrándose la cara y Grand se lanzó contra ellos con las fauces abiertas.

Intentaba controlar su respiración, acelerada por el miedo, mientras agarraba la rústica lanza con tanta fuerza que se le dormían la punta de los dedos. Tenía la espalda apoyada contra la fría roca y cualquier pequeño ruido le hacía respingar.
De pronto Grand salió de entre las sombras, completamente desnudo y con un fardo en las manos. Al principio el movimiento la asustó, pero cuando reconoció al cambiaformas suspiró aliviada, dejando caer la lanza de sus manos temblorosas.
-Eran dos soldados –dijo el muchacho antes de que ella pudiera preguntar, lanzando a sus pies una capa ensangrentada que envolvía dos espadas, una daga, un arco y un carcaj lleno de flechas. También había un saco con unas pocas monedas-. Necesitábamos las armas
-¿Les has matado? –preguntó, observando la sangre de la capa con el rostro pálido.
-Claro. ¿O acaso querías que los dejara libres para que informaran a todo el ejército de donde nos encontramos?
Ella sacudió la cabeza y se agacho para coger la espada, que se ató con torpeza al cinto, y la bolsa de dinero.
-Deberías aprender a usarla –dijo gran mientras se ponía unos pantalones de soldado y una casaca, y se iba atando las armas.
-¿También les has quitado la ropa? –una mueca de asco cruzó la cara de la bruja
-Claro –siguió vistiéndose sin siquiera mirarla-. Este uniforme nos facilitará mucho las cosas. ¿Quién va a interrogar o a atacar a un guardia real?
Celia asintió, mirando con el ceño fruncido como él se ajustaba el cinto con la espada. No le hacía ninguna gracia que fuera armado, pero no le quedaba otra opción.
-Y… ¿los cuerpos? –preguntó, mirando sus ojos grises, arrepintiéndose según lo decía, pues en realidad no quería saber la respuesta.
-No los encontrarán –dijo sin más, tumbándose junto al fuego-. Todavía es tu turno de vigilancia –y sin añadir nada más, cerró los ojos.
La noche pasó sin incidentes y reanudaron la marcha al amanecer, masticando la carne fría que había sobrado de la noche anterior.
El calor se fue haciendo más sofocante según avanzaba el día y tuvieron que hacer un alto para buscar algún arrollo con el que rellenar sus botas vacías.
-¿Sabes a dónde vamos? –preguntó Grand, mojándose el pelo y la cara para refrescarse.
-El último paradero conocido de Trandos es el Espinazo, ahí nos dirigimos.
Antes de salir de la ciudad había activado un hechizo de dirección que siempre la orientaba correctamente. Nunca había salido de Valorn y no podía permitirse los retrasos de andar comprobando mapas o peor, perdiéndose.
-Ya. Eso lo sé –sonrió con sorna-. Me refería a que si sabes que, para llegar allí, debemos atravesar el desierto de Omrra.
Celia le miró con desprecio, acariciando inconscientemente la cadenita de su muñeca, deseando borrar esa estúpida sonrisa de su rostro.
-Sí, lo sabía –mintió en tono altivo, siseando con desprecio-. Esperaba que tú fueras de ayuda allí.
-Seré de ayuda, claro –respondió sin dejar de sonreír-. Pero si a una persona le resulta difícil sobrevivir en el desierto, dos puede ser imposible.
-Pues tendrás que esforzarte –le fulminó con la mirada mientras se ponía en pie, con las botas llenas de agua-. Aunque cuando lleguemos supongo que estaremos bastante lejos de nuestros perseguidores para usar algún hechizo si fuera necesario-
-Si tú lo dices… -murmuró el joven poniéndose en pie de un salto.
Celia podía sentir su sangre arder de ira. Se llevó la mano a la cadenita y, mientras las aletas de la nariz se le abrían de ira, vociferó.
-¿A qué viene ese tono?
-Si tú has llegado a la conclusión de que el traidor está con el hermano del rey, ¿que te hace pensar que ellos no pensarán lo mismo? Se dirigen al mismo sitio que nosotros, tenlo por seguro.
La joven se alejó, pisando con fuerza, enfadada con ella misma por no haber pensado en algo tan lógico y enfadada con él por hablarle como si se creyera mejor.

Pasaron varios días sin incidentes. La tierra se iba haciendo más yerma y el calor, durante el día, más asfixiante. Grand casi podía oler el desierto en el ardiente viento que le azotaba la piel.
Miró de reojo a Celia, que caminaba a su lado con la vista baja. Había adelgazado notablemente y estaba muy demacrada. En cambio, él había ganado peso, se sentía más fuerte y más sano. Incluso sentía que cada vez le costaba menos cambiar.
Sacó su bota y dio un sorbo al agua, prácticamente caliente, humedeciéndose los labios.
-Tenemos que encontrar otro arrollo, apenas me queda agua.
Ella le miró con el ceño fruncido.
-Bien –suspiró, quitándose las ropas del guardia-, voy a explorar.
Se convirtió en un pequeño perro y se alejó del camino. Fue olisqueando, buscando alguna fuente de humedad. Tras un rato a su nariz llegaron varios rastros humanos y apuró el paso. Podía ser una aldea.
Tras corretear casi una hora encontró un pequeño grupo de casas junto a un camino secundario. En una plazoleta había una pequeña herrería, una gran casa que parecía una taberna y un pozo en el centro.
Paseó un poco por la zona, buscando guardias reales y por si escuchaba algún rumor importante, pero todo parecía tranquilo y sin riesgos.
Cuando un campesino entraba en la taberna aprovechó para colarse entre sus pies y observar por allí, pero enseguida le cayó en la cabeza una jarra de madera, lanzada por la mujer regordeta que estaba tras la barra.
-¡Fuera chucho! ¡Fuera! –le gritaba, haciendo aspavientos con las manos.
Salió corriendo del poblado y buscó a Celia por el camino. La encontró justo donde la senda principal se bifurcaba, mirando alrededor y dando golpecitos con el pie, impaciente.
Se transformó y se acercó a ella, que le tendió sus ropas con una mueca.
-Hay una pequeña aldea por ese camino –señaló-. Tienen un pozo y una posada. Podemos hacer un alto para reponer fuerzas y aprovisionarnos.
-Es muy arriesgado –musitó la bruja, mirándole con los ojos entrecerrados.
-Estamos a pocos días del desierto. Necesitamos llevar agua y comida, a no ser que quieras morir en el intento, claro está. Y dudo que encontremos más aldeas por el camino.
-El comunicado del rey ya habrá llegado a todas las aldeas y poblados del reino, y estarán pendientes de todos los forasteros que aparezcan –hablaba con frialdad, enfureciéndose por momentos por su modo de discutir sus decisiones.
-Pero nadie sospechará de un guardia del rey –señaló sus ropas con gesto exasperado-. No osarían a preguntar a donde nos dirigimos ni por qué.
Celia le fulminó con la mirada mientras acariciaba la cadenita en su muñeca, mordiéndose las mejillas por dentro para controlarse.
Finalmente, sin decir nada, se giró hacia el camino secundario y comenzó a caminar.

Mientras se acercaba a la aldea iban pasando por varios campos de labranza. Los campesinos detenían sus labores y se les quedaban mirando. En una ocasión un niño, tras verles, soltó el saco que llevaba en las manos y salió corriendo hacia el poblado.
Celia apretaba la mandíbula, tensa, mirando alrededor con nerviosismo, en busca de cualquier movimiento sospechoso.
Empezaron a pasar junto a algunas casas dispersas, en las que siempre había alguien en la ventana, mirándoles y murmurando. Cuando llegaron a la plaza había media docena de personas agolpadas frente a la puerta de la taberna, observándolos.
-¿Os vais a quitar de en medio o tengo que hacerlo yo? –vociferó Grand, poniendo la mano en el puño de su espada.

Todos se apartaron rápidamente. Celia podía observar como les señalaban y cuchicheaban, sin disimulo ninguno.

2 comentarios: