La temperatura había caído bruscamente. Celia se
afanaba en encender el fuego, refunfuñando. Seguía sin acostumbrarse a no poder
usar su magia y se le daba fatal tener que hacer cosas con sus propias manos.
Lanzó el pedernal con furia contra la roca que
tenía detrás y se sentó enfadada, pestañeando para controlar las lágrimas de
frustración que pugnaban por salir.
Llevaban ya dos días huyendo. El rey había
enviado en su busca a rastreadores, capaces de detectar cualquier hechizo que
se realizara y poder seguir esos rastros mágicos, así que se veía incapaz de
hacer cualquier cosa con su Poder.
Se sentía frustrada y completamente inútil. Sin
su magia no era capaz ni de encender un fuego.
Tras unos minutos de refunfuñar se fue calmando
poco a poco y se levantó para coger el pedernal y volver a intentarlo, cuando
un enorme lobo saltó frente a ella.
Por instinto se llevó la mano a la cadenita que
llevaba atada en la muñeca, hasta que vio que el animal dejaba una enorme
liebre a sus pies.
-No vuelvas a asustarme así –siseó la joven,
fulminando a Grand con la mirada.
No había podido renovar el hechizo de vínculo
desde el día de la Encomendación, por lo que ahora apenas podía tener una vaga
idea de cuán lejos de ella estaba y solo mientras llevara la cadena puesta. No
poder conocer sus intenciones y pensamientos más básicos la hacía sentir que no
tenía ningún control sobre el cambiaformas. Cada vez que se alejaba a cazar o
explorar no podía dejar de imaginárselo abalanzándose sobre ella en cualquier
momento para matarla.
El lobo se transformó en Grand y se acercó a un
pequeño atado en el suelo del que cogió una túnica para cubrirse, sin siquiera
responderla, solo dedicándole una mirada de hastío.
Celia acarició su cadena como amenaza,
sentándose de nuevo junto a la leña, intentando de nuevo encender el fuego.
Podía sentir la mirada del cambiaformas clavada en ella.
Por fin una chispa prendió la yesca y al poco
crepitaba una hoguera frente a ella.
Grand rio por lo bajo y comenzó a despellejar el
animal. La bruja podía ver como el miedo que el cambiaformas sentía hacia ella
había mermado desde que emprendieron su viaje en busca de Trandos. Era
consciente de que no quería arriesgarse a hacer ningún hechizo y, lo que era
peor, sabía que ella le necesitaba desesperadamente pues, sobretodo sin magia,
sería incapaz de terminar ese viaje sola.
Cada vez que la miraba desafiante, o se reía
ante su frustración al tratar de hacer cosas sencillas como encender un fuego o
preparar un refugio, solo podía pensar en lanzarle una bola de fuego y ver como
se consumía hasta la muerte.
Apretó los dientes para controlarse, mientras
Grand ponía la liebre sobre el fuego, recordando la humillación que había
sentido la primera noche cuando, tras llevar horas tratando de encender la
hoguera, él había cogido el pedernal y lo había logrado a la primera, mirándola
de un modo en el que jamás lo había hecho. Sintiéndose orgulloso y superior.
Observó el camino unos instantes, que aparecía
ligeramente iluminado por la luna creciente. Estaban en una gran explanada con
bastante vegetación y grandes rocas, como la que estaba usando para
resguardarse del viento. Al ritmo que llevaban les quedaba aún semanas de viaje
hasta llegar al último lugar en donde se tenía conocimiento de la presencia de
Trandos.
El cambiaformas daba vueltas a la carne sobre el
fuego mientras disfrutaba de la expresión de descontento de Celia. Su miedo y
su frustración eran casi palpables, y eso le encantaba.
Aunque él había prometido ayudarla a cambio de
su libertad sabía que la bruja jamás se fiaría de él. Veía como acariciaba esa
estúpida cadenita cada vez que le miraba y el terror inundaba sus ojos cada vez
que se transformaba.
Mentiría si dijera que no se le pasaba por la
cabeza abalanzarse sobre ella y arrancarle su bonita cabeza. Pero había dado su
palabra y, para él, eso aún tenía algún valor.
Cuando la carne estuvo lista le lanzó un pedazo
sin muchos miramientos y se puso a comer.
-Debemos buscar un refugio –murmuró con la boca
llena-. Se acerca tormenta.
-¿Esta noche? –preguntó la joven, apretando los
dientes. Detestaba tener que preguntar que podría saber fácilmente con un
simple hechizo
-No. Mañana, hacia la tarde, cuando empiece a
refrescar –Grand sonrió, disfrutando de su expresión.
Él había pasado años viviendo en un desierto, escondiéndose
de personas como Celia y sabía sobrevivir perfectamente. Cosas como cazar y
reconocer los signos cuando cambiaba el tiempo eran naturales para él.
Sin su ayuda, la bruja no habría pasado ni la
primera noche y disfrutaba recordándoselo.
Cuando se terminó su pedazo de liebre se tumbó
junto al fuego.
-Voy a dormir un poco, te toca el primer turno –se
podía detectar una ligera sorna en su voz.
Ella le fulminó con la mirada pero no dijo nada,
solo cogió la tosca lanza de madera endurecida al fuego que Grand había hecho
el día anterior y se sentó con la espalda muy recta. Tenía los nudillos blancos
de apretar el palo y la mirada fija en el camino.
Grand apenas llevaba una hora dormido cuando
sintió que le agitaban el brazo. Se incorporó de golpe y lo primero que vio
fueron los ojos azules de Celia, abiertos de terror.
-He oído pasos –susurró, señalando el camino.
Él se transformó al instante en un enorme
lagarto del desierto, haciendo girones su túnica.
-Escóndete y no hagas ruido –susurró con un
extraño siseo y desapareció silenciosamente en las sombras.
Sacó su lengua bífida varias veces, olfateando
el aire. Una ligera brisa le traía el olor de varios humanos. El olor venía de
la derecha.
Caminó en silencio, aguzando su pobre vista
nocturna y, tras unos minutos, le pareció distinguir a tres hombres caminando
bajo la luz de la luna. Iban agazapados y llevaban espadas al ciento.
Grand siseó y escaló a una roca cercana,
quedando colgado boca abajo sobre el camino, fuera de su vista y preparado.
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