viernes, 24 de enero de 2014

Las Lágrimas de Sangre (14)

Celia esperaba junto al fuego que acababa de encender mientras se observaba las feas marcas rojas que le subían por las piernas. No tenía demasiados conocimientos de magia curativa y no sabía qué hacer para borrar esas cicatrices de su piel. Tendría que resignarse a llevarlas siempre.
Se mantenía sentada hacia la entrada de la cueva, pendiente de cualquier movimiento, preparada para lanzar un impulso de energía.
Con todo lo que había pasado le parecía una tontería seguir evitando dejar un rastro mágico, pues había usado ya tanto Poder como para que la encontrara hasta el rastreador más inexperto.
El sonido de la hierba seca al ser pisada la sacó de sus pensamientos y la puso en tensión, hasta que reconoció a Grand entre las sombras. Entró en la cueva lanzando dos conejos frente a ella.
-Es todo lo que he podido encontrar –iba cubierto por unas toscas pieles- pero el rastro me llevó a una vieja cabaña de hombres del desierto.
Le lanzó una manta, descolorida y polvorienta de un tejido muy fino, y una cuerda.
-Supongo que servirá –dijo la muchacha con una mueca mientras se envolvía con la tela y la sujetaba anudándose la cuerda.
-¿Cómo has encendido esto?
Celia solo se encogió de hombros como si fuera obvio.
-Tenemos que tener cuidado. Más que antes incluso –el cambiaformas la miró con gesto serio, casi de desprecio-. Seguro que con todo lo que has hecho hay medio ejército dirigiéndose hacía aquí –mientras hablaba preparaba los conejos para cocinarlos-. Tendremos que pasar algunos días en el desierto, escondidos. Los planes que tenía de que allí pudieras usar tus poderes –casi escupió esa palabra-, si nos veíamos en apuros se han esfumado.
La joven miró al fuego sin decir nada, con el rostro tenso y enrojecido. Poco a poco, la gratitud que había sentido por el cambiaformas iba esfumándose ante sus palabras y el tono con el que se dirigía a ella.

En cuanto se terminaron la carne y Grand se sintió con fuerzas, se pusieron en marcha. Pararían lo imprescindible hasta poner buena distancia entre ellos y el rey.
Los primeros días se transformó en león, cargando con Celia para avanzar más rápido, hasta que llegaron al desierto.
Las horas de sol se habían hecho insoportables y las pasaban en la primera cueva que encontraban entre las grandes formaciones de rocas rojas que cubrían ese extraño desierto pedregoso.
Grand había fabricado unas botas para el agua con la piel de sus presas, pero todos los días se les había muy difícil encontrar charcas o arroyos subterráneos.
La bruja, nada acostumbrada a situaciones tan extremas, se había pasado los primeros días vomitando y mareada. Se había quedado prácticamente en los huesos y las fuerzas le fallaban constantemente.
Por suerte, las noches eran frescas y las usaban para avanzar. Pero el camino era duro y lento y tras varios días apenas había recorrido unos kilómetros.
Cuando llevaban cuatro días en esas hostiles tierras Celia apenas podía caminar debido a unas terribles ampollas en los pies, pues no habían conseguido encontrar nada que les sirviera de calzado.
Al caer la noche trató de levantarse pero el dolor le hacía imposible siquiera mantenerse de pie.
-Tal vez pueda curármelos. No hemos visto señales de que nadie nos siga la pista.
-El desierto es muy grande. Tal vez están por aquí cerca y basta que hagas eso para que nos localicen –Grand hablaba con voz cansina, como si le estuviera explicando algo a un niño pequeño.
-¿Por qué no te transformas y me llevas tú? Así no perderemos un día de viaje.
El joven la fulminó con la mirada. Los últimos días parecía que la bruja estaba tratando de ser más amable, de tratarlo como a un igual. Pero siempre acababa demostrando que no lo veía más que como a un sirviente, o peor, como a un perro amaestrado.
-Para avanzar por aquí solo puedo transformarme en lagarto y nos arriesgamos a que los cazadores de la zona me ensarten con una lanza –suspiró y se pellizcó el puente de la nariz-. Esta noche no avanzaremos, así que aprovecha para descansar.
Sin esperar a que ella dijera nada se levantó y echó a andar había las profundidades de la cueva en la que habían dormido durante las horas de sol. Tal vez reconociera alguna raíz o planta que les fuera útil.
Ahora que había vuelto al desierto era consciente de todos los años que llevaba lejos de allí. Ya no se orientaba como antes, ya no reconocía la mitad de las plantas comestibles y tardaba mucho más en encontrar el rastro de una presa.
Pero cuanto más tiempo pasaba allí, más deseos sentía de quedarse. Se sentía libre y cómodo, incluso protegido por el sonido silbante de los vientos ardientes de la mañana colándose por las grietas de las rocas.
Había momentos en los que se arrepentía de haber sacado a la bruja de la hoguera, pues no se fiaba en absoluto de su palabra de liberarle cuando todo terminara. Además cabía la posibilidad de que ni siquiera encontrara esas pruebas que ella tanto anhelaba de que la Hermandad era inocente.
Así que, una vez le había dado varias vueltas a esas conclusiones, comenzó a urdir un plan.

Celia se examinaba las enormes y brillantes ampollas en los pies. La piel le palpitaba de dolor y era incapaz de apoyar en esa zona el más mínimo peso.
Cuando salieron de Valorn todo encajaba en su cabeza y parecía muy fácil. Contaba con llegar enseguida al Espinazo, encontrar a los auténticos artífices del asesinato de la princesa y volver a su hogar como una heroína para sus hermanos.
En cambio, ahí estaba, llena de heridas y cicatrices, hambrienta, sedienta, cubierta tan solo por una cochambrosa manta y debiéndole su vida a un cambiaformas.
Sintió las lágrimas acudir a sus ojos y comenzó a tratar de encender un fuego para distraerse. La temperatura caía rápido en la cueva según se ocultaba el sol y así podrían calentar la poca carne que les había sobrado del día anterior.
Cuando Grand regresó había conseguido que unas débiles llamas crepitaran frente a ella.
-Bueno por lo menos este viaje ha tenido una utilidad –musitó el cambiaformas en tono jocoso mientras ponía unas raíces en la hoguera para que se tostaran y comenzaba a ensartar la carne fría en una fina ramita-, has aprendido a usar tus manos.

La joven se mordió la lengua para no maldecir. Era incapaz de olvidar que la había salvado de esos campesinos y se había propuesto sincera y firmemente tratarlo de otra manera.

viernes, 10 de enero de 2014

Las Lágrimas de Sangre (13)

Grand apretó los dientes mientras respiraba agitadamente, observando el espectáculo desde una distancia segura. Estaba subido a un árbol y el viento dirigía el humo de la pira hacia él.
Cuando vio a la bruja desmayarse comenzó a llegar hacia él un desagradable olor a carne quemada. Suspiró y se bajó del árbol dispuesto a seguir su camino hacia el desierto, el único hogar que había tenido jamás.
Una parte de él se despreciaba profundamente por no haber cumplido su palabra pero el odio había podido más esa vez.
Recuperó su forma humana y dirigió la vista hacia la hoguera una última vez.
La bruja había recuperado la consciencia y sus gritos de dolor se escuchaban por encima del ensordecedor crepitar de las llamas y los gritos asesinos de la muchedumbre. Las llamas le llegaban casi a la cintura y el cambiaformas se preguntaba cómo podía aguantar consciente.
Pero el siguiente alarido que llegó a sus oídos le heló la sangre. Celia estaba gritando su nombre.
-Grand. Grand. ¡Por favor! –las palabras eran apenas entendibles entre los alaridos de puro terror- ¡Ayúdame por favor!
Un desagradable escalofrío recorrió la espalda del cambiaformas, pero se giró, cerrando los ojos y echando a andar con paso rígido. Los gritos de la bruja perforaban sus oídos y él solo podía desear que se callara.
Tuvo que detenerse cuando unas fuertes nauseas le asaltaron mientras le parecía que escuchaba con más claridad cada palabra de la joven.

Celia no dejaba de llamar a Grand. El dolor era casi insoportable pero se negaba a desmayarse de nuevo y perder toda esperanza. El la oiría, iría a rescatarla.
Se aferraba a ese pensamiento con todas sus fuerzas para tratar de ignorar  la sensación de las llamas subiendo por sus piernas, devorando su carne.
Tras gritar unos minutos las fuerzas y el control volvían a abandonarla mientras el dolor ganaba terreno. Todo a su alrededor comenzó a nublarse y a dar vueltas y ella gritó con más denuedo si cabe.
Luchó con todas sus fuerzas pero su cuerpo no podía soportarlo más. Dejó de gritar, dejándose llevar por el desmayo. Antes de perder el conocimiento creyó ver un hombre de extraña piel verde abriéndose paso entre la multitud.
Volvió a despertar mientras un dolor espantoso seguía recorriendo sus piernas. ¿Por qué no se moría ya? Se había esfumado toda esperanza y solo quería dejar de sufrir.
Un escalofrío recorrió su espalda al sentir algo húmedo contra ella. ¿Húmedo? La extraña sensación le hizo abrir los ojos, para encontrarse con el oscuro cielo cubierto de estrellas.
-¿Estoy muerta? –preguntó para sí, totalmente desconcertada y mareada, casi sin poder pensar del dolor.
-Celia tienes que curarte –oía la voz amortiguada pero sabía que le resultaba familiar.
Sacudió la cabeza y trató de incorporarse pero le era imposible. De pronto la sudorosa cara de Grand apareció frente a sus ojos.
-No puedo cargarte más –respiraba muy agitado-. Van a cogernos. Celia, por favor…
Poco a poco le fue volviendo la cordura. El mundo dejó de darle vueltas y usó su mermado Poder para acallar un instante el dolor de sus piernas.
-Necesito tu energía –señaló sus muñecas, incapaz de decir más.
El cambiaformas lo comprendió al momento y cortó con una piedra afilada la base de su mano y la de ella, juntando después los cortes. Con voz trémula la bruja comenzó a murmurar unos salmos mientras sentía como la fuerte energía vital de Grand recorría su cuerpo, sanando casi al instante todas sus heridas.
Cuando se sintió suficientemente recuperada apartó sus manos rompiendo así el hechizo.
-Tenemos que correr –Grand ahora tenía unas oscuras ojeras bajo los ojos pero sin dar muestras de cansancio la levantó de un tirón-. Nos persigue todo el pueblo.
Sin decir más se transformó en un enorme león blanco del norte y ella montó sobre él, agarrándose con fuerza a su blanca y espesa melena.

La mañana ya hacía tiempo que había despuntado cuando Grand, ya sin fuerzas, detuvo su frenética carrera.
Las piernas le temblaban de extenuación y sin poder aguantar más, se derrumbó en medio del camino. Celia se bajó de encima suya y se acercó a la enorme cabeza del león.
-Grand… -le hablaba con un hilo de voz, en un extraño tono ausente-. ¿Estás bien?
El cambiaformas lo único que pudo hacer fue pestañear a modo de respuesta. Las energías le habían abandonado, drenadas por la bruja y agotadas totalmente con la carrera. Sintió como su cuerpo recuperaba su forma humana sin él poder evitarlo.
Celia lo levantó como pudo y soportó su peso.
-Vamos a encontrar un sitio donde descansar.
Él se dejó medio arrastrar fuera del camino. La bruja respiraba agitadamente mientras serpenteaba entre las grandes rocas que formaban el paisaje.
Grand tenía los ojos cerrados y movía las piernas a duras penas para facilitarle a Celia la tarea de cargar con él. De pronto, el sol dejó de pasar a través de sus párpados y sintió un ligero frescor acariciar su piel.
-Esta cueva servirá, ¿no crees? –preguntó la bruja jadeante, mientras le dejaba en el suelo con cuidado.
Se quedaron allí sentados en silencio un buen rato hasta que Grand sacó fuerzas suficientes para apoyar la oreja en la roca y mascullar:
-Hay un arroyo subterráneo aquí cerca –su voz sonaba roca y distante.
-Voy a buscarlo –la muchacha se puso en pie y le sonrió, aunque él estaba tan agotado que ni siquiera se percató.
Grand cerró los ojos antes de que ella terminara de hablar. Cuando despertó ya no entraba luz en la cueva salvo por el leve resplandor de las estrellas. Celia estaba sentada en una piedra, mirando al exterior.
El estómago le gruño con fuerza. Llevaba todo el día sin comer. Miró alrededor recordando todo lo sucedido y que se habían dejado las cosas en la aldea. Ni siquiera tenía una mísera túnica con la que vestirse.
-Creo que me siento con fuerzas para cazar –le dijo a la bruja que se había girado hacía él al oírle moverse-. No hemos probado bocado y necesitamos fuerzas para continuar.
Ella asintió. Tenía los brazos cruzados con fuerza, Grand supuso que para tapar su desnudez-
-Intentaré encontrar armas y ropas también –se transformó en un pequeño gato montés y salió disparado por la entrada de la cueva.
Caminó olfateando el terreno. Hacía una noche muy fresca y despejada aunque el aire estaba muy seco. Estaban a pocos días del desierto y todos los olores que le llegaban le recordaban a su vida allí. Exploró los alrededores del camino en busca de alguna aldea o posada, pero no tuvo suerte. Parecía que tendrían que pasar los siguientes días desnudos.
Cuando lo dio por imposible se concentró en encontrar algo que llevarse a la boca. El terreno era muy abrupto y con poca vegetación, por lo que no había muchas presas para elegir.

Le llegó el lejano rastro de uno conejo del desierto y, hambriento como estaba, se lanzó como una flecha en su busca.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (12)

De pronto la posadera, alertada por los gritos de la niña, entró en la habitación.
Por un momento se quedó paralizada, observando a su hija tendida en el suelo. Se agachó muy despacio y la cogió en brazos, le tomó el pulso y le cerró los ojos, con la vista perdida. Entonces pestañeo, volvió a mirar a la niña y lanzó el alarido más desgarrador que Celia había oído jamás.
La bruja estaba paralizada, horrorizada por lo que había hecho. Miraba a la mujer que se aferraba desesperada al cuerpo de la niña, sintiendo la sangre espesarse en sus venas.
Unos ruidos de pasos la despertaron de su ensimismamiento. Entraron tres hombres en la habitación, que observaron la escena desconcertados.
-Es una bruja –dijo la mujer entre sollozos, mirándola con un odio y desprecio infinitos-. Es una bruja –repitió,
Los hombres reaccionaron al instante y se lanzaron a por ella. Celia soltó la toalla con la que se cubría y les lanzó un impulso de energía, no tan fuerte esta vez. Los tres campesinos cayeron al suelo y ella aprovechó ese instante para salir corriendo escaleras abajo.
-¡Cogedla! –gritaba una voz tras ella-. Que alguien coja las cadenas del cobertizo.
Consiguió llegar al exterior y allí se topó con Grand.

Respiraba agitado pues había corrido con todas sus fuerzas. Se paró en seco al ver salir a Celia de la posada, desnuda y con el pelo empapado.
Justo tras ella apareció un hombre fornido que, con la cara desencajada por la ira, se lanzó hacia ella y le dio un fuerte puñetazo en el costado.
Vio a la bruja caer al suelo ahogando un chillido. El campesino comenzó a patearla y, al darse cuenta de que aún no se había percatado de su presencia, Grand se escabulló y se ocultó entre dos casas.
El hombre seguía pateando a la muchacha que estaba inconsciente en el suelo, cuando otros dos campesinos salieron de la posada, corrieron hacia un cobertizo y volvieron con unas pesadas cadenas.
El cambiaformas agudizó la vista y se dio cuenta de que tenían runas grabadas. El labriego más fornido, apartándose el sudoroso pelo de la cara, dejó de patear el inerte cuerpo de la joven y ayudó a sus compañeros a ponerle los grilletes.
La arrastraron hasta el pozo y agarraron allí las cadenas, dejándola inconsciente y desnuda.
-Nos darán un buena recompensa por ella –exclamó divertido el más joven de los tres.
-¡No! –dijo con voz ronca la posadera, que se acercaba con el cuerpo de su hija aún en brazos-. No la vamos a entregar. Nosotros la juzgaremos y nosotros impondremos el castigo. Ha matado a mi hijita y por todos los dioses de Gayela que pagará por ello.
-¿Pero no iba con un soldado? –preguntó aún jadeante el que la había estado pateando.
-¿Te crees que era un soldado? –el más joven soltó una carcajada-. Harry por favor… sería un brujo disfrazado. Por cierto, ¿dónde está?
-Salió esta mañana muy temprano –la posadera dejó a la niña con mimo en el suelo-. Organizad una partida para cogerle –miró a Celia, que seguía inconsciente, con profundo desprecio-. Esta noche los quemaremos a los dos.
Grand sintió un terrible escalofrío recorrer su espalda y en completo silencio comenzó a alejarse. Se quitó las ropas y se convirtió en un pequeño ratón de campo. Corrió alejándose del pueblo hasta que las fuerzas le abandonaron.
La cabeza le daba vueltas y recuperó su forma humana. Su instinto de supervivencia le instaba a seguir corriendo, olvidarse de Celia, de la hermandad y de ese pueblo. Una parte de él estaba totalmente convencida de que esa bruja se merecía sobradamente morir en la hoguera. ¡Había matado a una niña!
Pero su honor le impedía continuar la marcha. Le había dado su palabra a esa maldita hechicera. Y si ya ni su palabra tenía valor, ¿qué le quedaba?
Se tumbó en la seca hierba con un suspiro, tratando de tomar una determinación.

Unos gritos ininteligibles  y amortiguados llegaron a sus oídos. Abrió los ojos pero era incapaz de enfocar la vista. Solo veía una cegadora luz naranja y todo le daba vueltas.
-¡Despierta bruja! –gritó alguien antes de que sintiera un zarandeo.
Se incorporó un poco. La cabeza le daba vueltas y sentía un dolor palpitante. Tenía mucho frio y le ardían las muñecas y los tobillos. Poco a poco consiguió enfocar la vista y lo que vio le heló la sangre en las venas.
Estaba tirada en el suelo desnuda, con gruesos grilletes cubiertos de runas cerrados en torno a sus manos y pies. Una pequeña multitud la rodeaba, vociferante y mirándola con odio. Y justo frente a ella había una gran pira sin encender.
Cada aldeano llevaba una antorcha en la mano y toda la plaza estaba bañada de un resplandor anaranjado.
Intentó gritar pero la voz se le había bloqueado en la garganta y solo era capaz de mirar a la montaña de leña con ojos desorbitados.
-Traedla aquí –habló un hombre bastante anciano. Estaba sentado en un atril al lado de la pira, junto a la posadera a la que acariciaba un brazo en actitud consoladora.
Unos campesinos dejaron sus antorchas y la arrastraron de las cadenas.
-¡No por favor! –gritaba Celia, por fin recuperada la voz y desesperada-. ¡Dejadme! ¡Soltadme! –lágrimas de terror se deslizaban por sus mejillas.
Forcejeó con todas sus fuerzas pero era inútil, las runas de las cadenas drenaban sus energías y no pudo hacer nada para evitar que la ataran al poste sobre el montón de leña.
-Has sido acusada de brujería de sangre y asesinato –dijo el anciano sin mirarla a los ojos-. El castigo para esos delitos es la muerte. ¿Tienes unas últimas palabras?
Celia no contestó. Miraba aterrada a la multitud en busca de cambiaformas. No podía haberla abandonado. ¡No podía! Tenían un trato.
Desesperada trató de llegar a la cadenita de su muñeca pero con las manos atadas a la espalda le era imposible.
-Quemadla –dijo la posadera con voz fría e impersonal, a lo que el anciano asintió.
Los aldeanos, chillando de júbilo, comenzaron a lanzar sus antorchas a la pira. El fuego creció rápidamente y la piel desnuda de Celia sintió el calor acercándose. El crepitar de la madera al arder le parecía ensordecedor y el pánico se apoderó de ella. Comenzó a forcejear y a chillar, desesperada. No podía morir, no podía. Todas las esperanzas de la Hermandad recaían sobre ella.
Las llamas crecieron más y siguió mirando hacia el gentío con ojos suplicantes, sin perder la esperanza de ver a Grand en cualquier momento.
De pronto un alarido surgió de su garganta. Las llamas habían alcanzado sus pues y el dolor más horrible que había sentido jamás la atenazada, mientras un nauseabundo olor a carne quemada llegaba a su nariz.

Y sin fuerzas ni esperanzas e incapaz de soportarlo más, se desmayó.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (11)

El cambiaformas se dirigió con paso decidido hacia la barra. Se sentó y pidió dos jarras de cerveza.
Celia miró la bebida con una mueca, odiaba el sabor de la cerveza. La olisqueó y finalmente le dio un buen trago, sedienta.
Mientras tanto, la tabernera limpiaba la barra sin quitarles el ojo de encima.
-Queremos una habitación donde pasar la noche –dijo Grand con voz grabe mientras dejaba en la mesa una moneda de plata por las cervezas.
-Serán 10 de plata, soldado.
-Bien –se levantó, dejó las monedas junto a la otra e hizo un gesto a Celia para que le siguiera-. Queremos descansar ya.
La posadera salió de detrás de la barra y les guio por las escaleras, mirándoles de reojo con gesto desconfiado, hasta una habitación con dos camas y un pequeño barreño.
Cuando la mujer salió Celia se tiró en la cama con un suspiro, sintiendo como sus músculos se relajaban al sentir el mullido colchón.
-Voy a comprar las provisiones –dijo Grand antes de salir-. Espérame aquí.
Casi sin darse cuenta se quedó dormida. Le despertaron unas risas de niños y ruido de pasos. Bostezando se acercó a la puerta y la abrió solo una rendija pudiendo ver a tres niños corriendo por el pasillo, entrando y saliendo de las habitaciones, intentando cogerse entre ellos.
Con una mueca cerró la puerta. Se acercó a la ventana y miró al cielo, tratando de estimar cuanto tiempo llevaba dormida.
Cuando ya empezaba a impacientarse y a acariciar la cadenita con fuerza, se abrió la puerta de la habitación y entró el cambiaformas con unas alforjas.
-He comprado carne en salazón, queso y algo de pescado ahumado –le mostró el interior de los sacos-. Entre esto y lo poco que consigamos en el desierto creo que sobreviviremos.
-¿Y el agua?
-He llenado nuestras botas en el pozo. Además –se tocó la nariz-, se donde encontrar agua en el desierto.
Celia estaba cada vez más harta de su actitud de superioridad pero, pensando en su misión, se mordió la lengua.
Cenaron en la habitación. Cuanto menos trato tuvieran con la gente, menos riesgo de ser descubiertos.
-Mañana saldremos temprano –musitó él con un bostezo mientras se quitaba la camisa y se metía en la cama-. Tenemos que aprovechar las horas más frescas para avanzar.
Ella se acostó sin decir palabra, apretando los dientes. Su único consuelo era que, cuando consiguieran encontrar al traidor, pensaba darle a ese cambiaformas la lección que se merecía.

Grand se despertó temprano, apenas había amanecido. Fue a por algo para desayunar y despertó a Celia poniéndole su comida delante.
-Voy a revisar el camino, para que no encontremos sorpresas –dijo mientras se sacudía las migas de la boca.
-Pide que me preparen un baño –ordenó la bruja con tono autoritario, sin siquiera mirarle.
Gruñendo por lo bajo salió de la habitación. Se encontró con la posadera en las escaleras y, en tono más arisco de lo que pretendía, le pidió que llenara de agua el barreño de la habitación.
Se alejó bastante de la aldea y, cuando comprobó que nadie podía verle, se transformó de nuevo en el pequeño perro.
Inspeccionó un rato el camino que había dejado atrás, buscando olores o huellas sospechosas, pero parecía que nadie les seguía.
Volvió junto a sus ropas y, recuperando su forma humana, se dirigió hacia el poblado. Cuando ya podía ver la posada, de pronto, de una de las ventanas salió un potente fogonazo de luz.
Sin pensárselo un momento se lanzó a correr hacía allí. Unos instantes después, un alarido de mujer le atravesó los oídos.

Celia se sentó como pudo en el pequeño barreño, suspirando al sentir el agua caliente en su piel.
Fuera, en el pasillo, se oía a los mismos niños de la tarde anterior reír y correr. Por un momento estuvo tentada de insonorizar la habitación, pero no podía arriesgarse a usar ni ese sencillo hechizo.
Se frotó el cuerpo con la pastilla de jabón para quitarse toda la suciedad del viaje y lavó su apelmazado pelo. Cuando terminó el agua estaba turbia. Se puso en pie chorreando y cogió una fina y áspera toalla para secarse. Justo en ese instante se abrió la puerta de la habitación.
-Pe-perdón… -dijo la niña pequeña que acababa de irrumpir, perdiendo el color de las mejillas-. Pensé que este cuarto estaba va… -de pronto señalo su brazo, abriendo los ojos y empezando a temblar-. ¡Eres una bruja!
Celia, por un instante, se quedó desconcertada. Bajó la vista hacia su hombro y la vio. ¡La marca! El copo de nieve que todos los Hijos de las Lágrimas tenían marcado
-No… No soy una bruja –musitó, acercándose a la niña, despacio.
-¡Mentira! Esa es la señal de las brujas. Me lo dijo un soldado –la niña chillaba y se alejaba de ella-. ¡Mamá! ¡Corre! ¡Hay una…!
La chiquilla no pudo decir más. Celia, aterrada y sin ser capaz de pensar con claridad, le había lanzado un impulso de energía.
Solo pretendía que se callara, pero llevaba semanas acumulando magia, magia que no podía utilizar y el hechizo había sido demasiado fuerte.

La niña estaba en el suelo, con los ojos abiertos y vidriosos. Muerta. 

martes, 26 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (10)

Cuando los soldados se acercaron más, se percató de que vestían el uniforme de la guardia real. Ya no le quedaba ninguna duda, estaban ahí para matarlos.
En cuanto pasaron junto a la enorme boca el cambiaformas loes escupió su corrosivo veneno. Cayeron al suelo entre gritos agarrándose la cara y Grand se lanzó contra ellos con las fauces abiertas.

Intentaba controlar su respiración, acelerada por el miedo, mientras agarraba la rústica lanza con tanta fuerza que se le dormían la punta de los dedos. Tenía la espalda apoyada contra la fría roca y cualquier pequeño ruido le hacía respingar.
De pronto Grand salió de entre las sombras, completamente desnudo y con un fardo en las manos. Al principio el movimiento la asustó, pero cuando reconoció al cambiaformas suspiró aliviada, dejando caer la lanza de sus manos temblorosas.
-Eran dos soldados –dijo el muchacho antes de que ella pudiera preguntar, lanzando a sus pies una capa ensangrentada que envolvía dos espadas, una daga, un arco y un carcaj lleno de flechas. También había un saco con unas pocas monedas-. Necesitábamos las armas
-¿Les has matado? –preguntó, observando la sangre de la capa con el rostro pálido.
-Claro. ¿O acaso querías que los dejara libres para que informaran a todo el ejército de donde nos encontramos?
Ella sacudió la cabeza y se agacho para coger la espada, que se ató con torpeza al cinto, y la bolsa de dinero.
-Deberías aprender a usarla –dijo gran mientras se ponía unos pantalones de soldado y una casaca, y se iba atando las armas.
-¿También les has quitado la ropa? –una mueca de asco cruzó la cara de la bruja
-Claro –siguió vistiéndose sin siquiera mirarla-. Este uniforme nos facilitará mucho las cosas. ¿Quién va a interrogar o a atacar a un guardia real?
Celia asintió, mirando con el ceño fruncido como él se ajustaba el cinto con la espada. No le hacía ninguna gracia que fuera armado, pero no le quedaba otra opción.
-Y… ¿los cuerpos? –preguntó, mirando sus ojos grises, arrepintiéndose según lo decía, pues en realidad no quería saber la respuesta.
-No los encontrarán –dijo sin más, tumbándose junto al fuego-. Todavía es tu turno de vigilancia –y sin añadir nada más, cerró los ojos.
La noche pasó sin incidentes y reanudaron la marcha al amanecer, masticando la carne fría que había sobrado de la noche anterior.
El calor se fue haciendo más sofocante según avanzaba el día y tuvieron que hacer un alto para buscar algún arrollo con el que rellenar sus botas vacías.
-¿Sabes a dónde vamos? –preguntó Grand, mojándose el pelo y la cara para refrescarse.
-El último paradero conocido de Trandos es el Espinazo, ahí nos dirigimos.
Antes de salir de la ciudad había activado un hechizo de dirección que siempre la orientaba correctamente. Nunca había salido de Valorn y no podía permitirse los retrasos de andar comprobando mapas o peor, perdiéndose.
-Ya. Eso lo sé –sonrió con sorna-. Me refería a que si sabes que, para llegar allí, debemos atravesar el desierto de Omrra.
Celia le miró con desprecio, acariciando inconscientemente la cadenita de su muñeca, deseando borrar esa estúpida sonrisa de su rostro.
-Sí, lo sabía –mintió en tono altivo, siseando con desprecio-. Esperaba que tú fueras de ayuda allí.
-Seré de ayuda, claro –respondió sin dejar de sonreír-. Pero si a una persona le resulta difícil sobrevivir en el desierto, dos puede ser imposible.
-Pues tendrás que esforzarte –le fulminó con la mirada mientras se ponía en pie, con las botas llenas de agua-. Aunque cuando lleguemos supongo que estaremos bastante lejos de nuestros perseguidores para usar algún hechizo si fuera necesario-
-Si tú lo dices… -murmuró el joven poniéndose en pie de un salto.
Celia podía sentir su sangre arder de ira. Se llevó la mano a la cadenita y, mientras las aletas de la nariz se le abrían de ira, vociferó.
-¿A qué viene ese tono?
-Si tú has llegado a la conclusión de que el traidor está con el hermano del rey, ¿que te hace pensar que ellos no pensarán lo mismo? Se dirigen al mismo sitio que nosotros, tenlo por seguro.
La joven se alejó, pisando con fuerza, enfadada con ella misma por no haber pensado en algo tan lógico y enfadada con él por hablarle como si se creyera mejor.

Pasaron varios días sin incidentes. La tierra se iba haciendo más yerma y el calor, durante el día, más asfixiante. Grand casi podía oler el desierto en el ardiente viento que le azotaba la piel.
Miró de reojo a Celia, que caminaba a su lado con la vista baja. Había adelgazado notablemente y estaba muy demacrada. En cambio, él había ganado peso, se sentía más fuerte y más sano. Incluso sentía que cada vez le costaba menos cambiar.
Sacó su bota y dio un sorbo al agua, prácticamente caliente, humedeciéndose los labios.
-Tenemos que encontrar otro arrollo, apenas me queda agua.
Ella le miró con el ceño fruncido.
-Bien –suspiró, quitándose las ropas del guardia-, voy a explorar.
Se convirtió en un pequeño perro y se alejó del camino. Fue olisqueando, buscando alguna fuente de humedad. Tras un rato a su nariz llegaron varios rastros humanos y apuró el paso. Podía ser una aldea.
Tras corretear casi una hora encontró un pequeño grupo de casas junto a un camino secundario. En una plazoleta había una pequeña herrería, una gran casa que parecía una taberna y un pozo en el centro.
Paseó un poco por la zona, buscando guardias reales y por si escuchaba algún rumor importante, pero todo parecía tranquilo y sin riesgos.
Cuando un campesino entraba en la taberna aprovechó para colarse entre sus pies y observar por allí, pero enseguida le cayó en la cabeza una jarra de madera, lanzada por la mujer regordeta que estaba tras la barra.
-¡Fuera chucho! ¡Fuera! –le gritaba, haciendo aspavientos con las manos.
Salió corriendo del poblado y buscó a Celia por el camino. La encontró justo donde la senda principal se bifurcaba, mirando alrededor y dando golpecitos con el pie, impaciente.
Se transformó y se acercó a ella, que le tendió sus ropas con una mueca.
-Hay una pequeña aldea por ese camino –señaló-. Tienen un pozo y una posada. Podemos hacer un alto para reponer fuerzas y aprovisionarnos.
-Es muy arriesgado –musitó la bruja, mirándole con los ojos entrecerrados.
-Estamos a pocos días del desierto. Necesitamos llevar agua y comida, a no ser que quieras morir en el intento, claro está. Y dudo que encontremos más aldeas por el camino.
-El comunicado del rey ya habrá llegado a todas las aldeas y poblados del reino, y estarán pendientes de todos los forasteros que aparezcan –hablaba con frialdad, enfureciéndose por momentos por su modo de discutir sus decisiones.
-Pero nadie sospechará de un guardia del rey –señaló sus ropas con gesto exasperado-. No osarían a preguntar a donde nos dirigimos ni por qué.
Celia le fulminó con la mirada mientras acariciaba la cadenita en su muñeca, mordiéndose las mejillas por dentro para controlarse.
Finalmente, sin decir nada, se giró hacia el camino secundario y comenzó a caminar.

Mientras se acercaba a la aldea iban pasando por varios campos de labranza. Los campesinos detenían sus labores y se les quedaban mirando. En una ocasión un niño, tras verles, soltó el saco que llevaba en las manos y salió corriendo hacia el poblado.
Celia apretaba la mandíbula, tensa, mirando alrededor con nerviosismo, en busca de cualquier movimiento sospechoso.
Empezaron a pasar junto a algunas casas dispersas, en las que siempre había alguien en la ventana, mirándoles y murmurando. Cuando llegaron a la plaza había media docena de personas agolpadas frente a la puerta de la taberna, observándolos.
-¿Os vais a quitar de en medio o tengo que hacerlo yo? –vociferó Grand, poniendo la mano en el puño de su espada.

Todos se apartaron rápidamente. Celia podía observar como les señalaban y cuchicheaban, sin disimulo ninguno.

martes, 19 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (9)

La temperatura había caído bruscamente. Celia se afanaba en encender el fuego, refunfuñando. Seguía sin acostumbrarse a no poder usar su magia y se le daba fatal tener que hacer cosas con sus propias manos.
Lanzó el pedernal con furia contra la roca que tenía detrás y se sentó enfadada, pestañeando para controlar las lágrimas de frustración que pugnaban por salir.
Llevaban ya dos días huyendo. El rey había enviado en su busca a rastreadores, capaces de detectar cualquier hechizo que se realizara y poder seguir esos rastros mágicos, así que se veía incapaz de hacer cualquier cosa con su Poder.
Se sentía frustrada y completamente inútil. Sin su magia no era capaz ni de encender un fuego.
Tras unos minutos de refunfuñar se fue calmando poco a poco y se levantó para coger el pedernal y volver a intentarlo, cuando un enorme lobo saltó frente a ella.
Por instinto se llevó la mano a la cadenita que llevaba atada en la muñeca, hasta que vio que el animal dejaba una enorme liebre a sus pies.
-No vuelvas a asustarme así –siseó la joven, fulminando a Grand con la mirada.
No había podido renovar el hechizo de vínculo desde el día de la Encomendación, por lo que ahora apenas podía tener una vaga idea de cuán lejos de ella estaba y solo mientras llevara la cadena puesta. No poder conocer sus intenciones y pensamientos más básicos la hacía sentir que no tenía ningún control sobre el cambiaformas. Cada vez que se alejaba a cazar o explorar no podía dejar de imaginárselo abalanzándose sobre ella en cualquier momento para matarla.
El lobo se transformó en Grand y se acercó a un pequeño atado en el suelo del que cogió una túnica para cubrirse, sin siquiera responderla, solo dedicándole una mirada de hastío.
Celia acarició su cadena como amenaza, sentándose de nuevo junto a la leña, intentando de nuevo encender el fuego. Podía sentir la mirada del cambiaformas clavada en ella.
Por fin una chispa prendió la yesca y al poco crepitaba una hoguera frente a ella.
Grand rio por lo bajo y comenzó a despellejar el animal. La bruja podía ver como el miedo que el cambiaformas sentía hacia ella había mermado desde que emprendieron su viaje en busca de Trandos. Era consciente de que no quería arriesgarse a hacer ningún hechizo y, lo que era peor, sabía que ella le necesitaba desesperadamente pues, sobretodo sin magia, sería incapaz de terminar ese viaje sola.
Cada vez que la miraba desafiante, o se reía ante su frustración al tratar de hacer cosas sencillas como encender un fuego o preparar un refugio, solo podía pensar en lanzarle una bola de fuego y ver como se consumía hasta la muerte.
Apretó los dientes para controlarse, mientras Grand ponía la liebre sobre el fuego, recordando la humillación que había sentido la primera noche cuando, tras llevar horas tratando de encender la hoguera, él había cogido el pedernal y lo había logrado a la primera, mirándola de un modo en el que jamás lo había hecho. Sintiéndose orgulloso y superior.
Observó el camino unos instantes, que aparecía ligeramente iluminado por la luna creciente. Estaban en una gran explanada con bastante vegetación y grandes rocas, como la que estaba usando para resguardarse del viento. Al ritmo que llevaban les quedaba aún semanas de viaje hasta llegar al último lugar en donde se tenía conocimiento de la presencia de Trandos.

El cambiaformas daba vueltas a la carne sobre el fuego mientras disfrutaba de la expresión de descontento de Celia. Su miedo y su frustración eran casi palpables, y eso le encantaba.
Aunque él había prometido ayudarla a cambio de su libertad sabía que la bruja jamás se fiaría de él. Veía como acariciaba esa estúpida cadenita cada vez que le miraba y el terror inundaba sus ojos cada vez que se transformaba.
Mentiría si dijera que no se le pasaba por la cabeza abalanzarse sobre ella y arrancarle su bonita cabeza. Pero había dado su palabra y, para él, eso aún tenía algún valor.
Cuando la carne estuvo lista le lanzó un pedazo sin muchos miramientos y se puso a comer.
-Debemos buscar un refugio –murmuró con la boca llena-. Se acerca tormenta.
-¿Esta noche? –preguntó la joven, apretando los dientes. Detestaba tener que preguntar que podría saber fácilmente con un simple hechizo
-No. Mañana, hacia la tarde, cuando empiece a refrescar –Grand sonrió, disfrutando de su expresión.
Él había pasado años viviendo en un desierto, escondiéndose de personas como Celia y sabía sobrevivir perfectamente. Cosas como cazar y reconocer los signos cuando cambiaba el tiempo eran naturales para él.
Sin su ayuda, la bruja no habría pasado ni la primera noche y disfrutaba recordándoselo.
Cuando se terminó su pedazo de liebre se tumbó junto al fuego.
-Voy a dormir un poco, te toca el primer turno –se podía detectar una ligera sorna en su voz.
Ella le fulminó con la mirada pero no dijo nada, solo cogió la tosca lanza de madera endurecida al fuego que Grand había hecho el día anterior y se sentó con la espalda muy recta. Tenía los nudillos blancos de apretar el palo y la mirada fija en el camino.
Grand apenas llevaba una hora dormido cuando sintió que le agitaban el brazo. Se incorporó de golpe y lo primero que vio fueron los ojos azules de Celia, abiertos de terror.
-He oído pasos –susurró, señalando el camino.
Él se transformó al instante en un enorme lagarto del desierto, haciendo girones su túnica.
-Escóndete y no hagas ruido –susurró con un extraño siseo y desapareció silenciosamente en las sombras.
Sacó su lengua bífida varias veces, olfateando el aire. Una ligera brisa le traía el olor de varios humanos. El olor venía de la derecha.
Caminó en silencio, aguzando su pobre vista nocturna y, tras unos minutos, le pareció distinguir a tres hombres caminando bajo la luz de la luna. Iban agazapados y llevaban espadas al ciento.

Grand siseó y escaló a una roca cercana, quedando colgado boca abajo sobre el camino, fuera de su vista y preparado.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (8)

A Grand se le cerraban los ojos de sueño. Miró a su alrededor y se sorprendió al ver que parecía ser de las pocas personas en la plaza a la que le estaba venciendo el cansancio.
La mayoría de los allí congregados miraban con ojos ávidos hacia el horizonte, esperando ansiosos ver los primeros rayos de sol que anunciarían lo que pensaban, sería un espectáculo.
Lo cierto es que él también estaba deseando la llegada del amanecer. La idea de ver a esa repulsiva vieja morir lentamente, colgada de una soga le producía un delicioso escalofrío de placer. Aunque preferiría mil veces que a quien colgaran de esa cuerda fuera a Celia.
Le echó una rápida mirada. Al igual que todos los demás no apartaba la vista del horizonte, pero su gesto era de aprensión.
-Esto es peligroso –repitió el cambiaformas por enésima vez-. Deberíamos estar a horas de la ciudad, no a tres pasos de los hombres del rey.
-¿Quieres callarte? Creí haberte dejado claro que quien toma las decisiones soy yo. Nos iremos, pero no antes de que la Madre muera. No puedo abandonarla así. No puedo irme sin verla morir para así poder contar a todos la gran injusticia que ha cometido el rey Howard.
-¿Seguro que eso es lo único que quieres? ¿Acompañarla en sus últimos momentos? No estarás pensando en tratar de evitarlo, ¿verdad?
Celia negó con la cabeza levemente.
-Eso espero, porque no tendrías la más mínima oportunidad. Y no pienso permitir que pongas así mi vida en riesgo.
-¿Permitirme? ¿Tú a mí? –le miró con un profundo desprecio y alzó la mano en la que tenía la cadena-. ¿Cómo osas…?
Pero el suave sonido de un tambor la enmudeció. El sol empezaba a despuntar por el horizonte y se abrieron las puertas que daban a las mazmorras.
Cuatro hombres flanqueaban a la vieja, que parecía aún más decrépita que la última vez que la habían visto. Cada uno de  ellos agarraba una cadena de gruesos eslabones que acababa en cada una de las extremidades de la bruja. El metal estaban labrados símbolos rúnicos que a Grand le recordaban a los que había en su celda para impedir que usase su poder.
Prácticamente arrastraron a la anciana hasta el patíbulo. Sin quitarle las cadenas le pusieron una soga al cuello, también cubierta de runas, y el verdugo comenzó a leer un pergamino.
-Gran Madre de las Lágrimas Heladas, se os condena a colgar de la soga hasta morir por los delitos de traición, magia negra, magia de sangre y el asesinato de la esposa del príncipe, la princesa de Lisse –puso la mano en la palanca que retiraba el tablón de madera sobre el que reposaba la bruja-. ¿Tenéis unas últimas palabras?
La vieja se aclaró la garganta y su extraño susurro llenó la plaza.
-Recordad que este no es el final –dijo mientras mostraba sus afilados dientes en una torva sonrisa-. Los Hijos de las Lágrimas volveremos. Más fuertes y poderosos. Y volveremos con el auténtico rey –estiró el brazo y lo movió señalando a toda la plaza-. Y los que nos habéis traicionado, los que habéis aclamado nuestra muerte, os postrareis ante nosotros. ¡Y lloraréis! ¡Lloraréis lágrimas de sangre!
Dicho esto le hizo un gesto al verdugo quien, sin más, accionó la palanca. La anciana calló de golpe, quedando suspendida de la cuerda, balanceándose de un lado a otro.
No se le rompió el cuello, así que se fue ahogando lentamente. La gente gritaba enloquecida y Celia, junto a Grand, derramaba lágrimas silenciosas.
De pronto la piel de la anciana comenzó a brillas y la gente comenzó a apartarse del patíbulo, aullando de júbilo. Era bien sabido que cuando un brujo estaba a punto  de morir su cuerpo liberaba la magia que le quedara en forma de luz o llamas.
Pequeñas ascuas comenzaron a brotar de la piel de la vieja, hasta que todo su cuerpo ardía tenuemente mientras la multitud se regocijaba con el espectáculo.
Unos segundos después las llamas, junto con su vida, se apagaron.
Celia, a su lado, apretaba los puños contra los costados mientras fulminaba con la mirada uno de los balcones del palacio, en el que se podía distinguir al rey.
Por un instante el cambiaformas temió que fuera a cometer una locura, pero ella solo exhaló lentamente y musitó.
-Se ha terminado. Vámonos.

Mientras se abrían paso entre la multitud para salir de la plaza una voz se alzó desde el patíbulo.
-Queremos recordar a los ciudadanos que todos los Hijos de las Lágrimas son unos traidores. Si conocéis a alguna persona con un copo de nieve tatuado en alguno de sus brazos, con un emblema de copo de nieve o alguien que pueda resultar sospechoso, deben ponerse en contacto con la guardia del rey de inmediato. Se recompensará con 40 monedas a todo aquel que ayude en la captura de algún brujo.
>>Además también buscamos un cambiaformas y la bruja que le acompaña. Ellos mataron con sus propias manos a nuestra amada princesa. Cualquier información que nos ayude a capturar a ambos será recompensada con 200 monedas.
Celia se estremeció y agarró a Grand con fuerza, arrastrándolo tras ella entre la marea de personas. ¡200 monedas de oro! Tenían que salir de la ciudad inmediatamente.
Se dirigió apresuradamente a la puerta Norte de la ciudad. Era muy temprano y seguramente aún no habría muchos guardias pero, por si acaso, lanzó un suave hechizo sobre los dos para pasar desapercibidos.
Las calles estaban prácticamente vacías. La mayoría de la gente aún se encontraba frente al palacio.
Según se acercaban al extremo de la ciudad sentía el miedo invadirla. Sería la primera vez que salía de Valorn y puede que para no volver jamás.
Cuando llegaron a la puerta de la muralla se paró y dudó unos instantes. No tenía muy claro dónde encontrar a Trandos y si salía de la ciudad ya no tendría a nadie a quien recurrir, salvo Grand.
Se giró hacia él, que miraba la puerta con ansiedad.
-Una vez salgamos –dijo la joven con voz queda-. Solo nos tendremos el uno al otro. Prometo que intentaré tratarte mejor. Ahí fuera escucharé tus consejos y, cuando tengamos las pruebas necesarias te liberaré. Pero ahora necesito tu ayuda, te necesito. De verdad.
Grand la miró a los ojos unos instantes, en completo silencio, que a Celia se le hicieron eternos. Finalmente asintió, casi imperceptiblemente.
Ella le agarró más fuerte y, conteniendo la respiración, pasó entre los guardias que custodiaban la puerta.
No dejó de caminar, con la espalda muy tiesa. Unos minutos después se atrevió a mirar atrás. La ciudad se recortaba contra el cielo, aún algo oscuro. Sintió una fuerte opresión en el estómago y soló deseo poder volver a vivir en Valorn sin sentir el miedo que había sufrido esos últimos días.

Conteniendo las lágrimas de frustración se encaminó hacia el norte por el pedregoso camino, con el cambiaformas pisándole los talones.