viernes, 29 de noviembre de 2013

Las Lágrimas de Sangre (11)

El cambiaformas se dirigió con paso decidido hacia la barra. Se sentó y pidió dos jarras de cerveza.
Celia miró la bebida con una mueca, odiaba el sabor de la cerveza. La olisqueó y finalmente le dio un buen trago, sedienta.
Mientras tanto, la tabernera limpiaba la barra sin quitarles el ojo de encima.
-Queremos una habitación donde pasar la noche –dijo Grand con voz grabe mientras dejaba en la mesa una moneda de plata por las cervezas.
-Serán 10 de plata, soldado.
-Bien –se levantó, dejó las monedas junto a la otra e hizo un gesto a Celia para que le siguiera-. Queremos descansar ya.
La posadera salió de detrás de la barra y les guio por las escaleras, mirándoles de reojo con gesto desconfiado, hasta una habitación con dos camas y un pequeño barreño.
Cuando la mujer salió Celia se tiró en la cama con un suspiro, sintiendo como sus músculos se relajaban al sentir el mullido colchón.
-Voy a comprar las provisiones –dijo Grand antes de salir-. Espérame aquí.
Casi sin darse cuenta se quedó dormida. Le despertaron unas risas de niños y ruido de pasos. Bostezando se acercó a la puerta y la abrió solo una rendija pudiendo ver a tres niños corriendo por el pasillo, entrando y saliendo de las habitaciones, intentando cogerse entre ellos.
Con una mueca cerró la puerta. Se acercó a la ventana y miró al cielo, tratando de estimar cuanto tiempo llevaba dormida.
Cuando ya empezaba a impacientarse y a acariciar la cadenita con fuerza, se abrió la puerta de la habitación y entró el cambiaformas con unas alforjas.
-He comprado carne en salazón, queso y algo de pescado ahumado –le mostró el interior de los sacos-. Entre esto y lo poco que consigamos en el desierto creo que sobreviviremos.
-¿Y el agua?
-He llenado nuestras botas en el pozo. Además –se tocó la nariz-, se donde encontrar agua en el desierto.
Celia estaba cada vez más harta de su actitud de superioridad pero, pensando en su misión, se mordió la lengua.
Cenaron en la habitación. Cuanto menos trato tuvieran con la gente, menos riesgo de ser descubiertos.
-Mañana saldremos temprano –musitó él con un bostezo mientras se quitaba la camisa y se metía en la cama-. Tenemos que aprovechar las horas más frescas para avanzar.
Ella se acostó sin decir palabra, apretando los dientes. Su único consuelo era que, cuando consiguieran encontrar al traidor, pensaba darle a ese cambiaformas la lección que se merecía.

Grand se despertó temprano, apenas había amanecido. Fue a por algo para desayunar y despertó a Celia poniéndole su comida delante.
-Voy a revisar el camino, para que no encontremos sorpresas –dijo mientras se sacudía las migas de la boca.
-Pide que me preparen un baño –ordenó la bruja con tono autoritario, sin siquiera mirarle.
Gruñendo por lo bajo salió de la habitación. Se encontró con la posadera en las escaleras y, en tono más arisco de lo que pretendía, le pidió que llenara de agua el barreño de la habitación.
Se alejó bastante de la aldea y, cuando comprobó que nadie podía verle, se transformó de nuevo en el pequeño perro.
Inspeccionó un rato el camino que había dejado atrás, buscando olores o huellas sospechosas, pero parecía que nadie les seguía.
Volvió junto a sus ropas y, recuperando su forma humana, se dirigió hacia el poblado. Cuando ya podía ver la posada, de pronto, de una de las ventanas salió un potente fogonazo de luz.
Sin pensárselo un momento se lanzó a correr hacía allí. Unos instantes después, un alarido de mujer le atravesó los oídos.

Celia se sentó como pudo en el pequeño barreño, suspirando al sentir el agua caliente en su piel.
Fuera, en el pasillo, se oía a los mismos niños de la tarde anterior reír y correr. Por un momento estuvo tentada de insonorizar la habitación, pero no podía arriesgarse a usar ni ese sencillo hechizo.
Se frotó el cuerpo con la pastilla de jabón para quitarse toda la suciedad del viaje y lavó su apelmazado pelo. Cuando terminó el agua estaba turbia. Se puso en pie chorreando y cogió una fina y áspera toalla para secarse. Justo en ese instante se abrió la puerta de la habitación.
-Pe-perdón… -dijo la niña pequeña que acababa de irrumpir, perdiendo el color de las mejillas-. Pensé que este cuarto estaba va… -de pronto señalo su brazo, abriendo los ojos y empezando a temblar-. ¡Eres una bruja!
Celia, por un instante, se quedó desconcertada. Bajó la vista hacia su hombro y la vio. ¡La marca! El copo de nieve que todos los Hijos de las Lágrimas tenían marcado
-No… No soy una bruja –musitó, acercándose a la niña, despacio.
-¡Mentira! Esa es la señal de las brujas. Me lo dijo un soldado –la niña chillaba y se alejaba de ella-. ¡Mamá! ¡Corre! ¡Hay una…!
La chiquilla no pudo decir más. Celia, aterrada y sin ser capaz de pensar con claridad, le había lanzado un impulso de energía.
Solo pretendía que se callara, pero llevaba semanas acumulando magia, magia que no podía utilizar y el hechizo había sido demasiado fuerte.

La niña estaba en el suelo, con los ojos abiertos y vidriosos. Muerta. 

1 comentario:

  1. Muy muy buena esta entrada, el final me ha gustado mucho y me has dejado con ganas de mas XD.

    Lo unico que no termino de comprender es por que Grand compra carne en salazon para el desierto, con lo que seca eso la garganta lo van a pasar genial.

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